No podía ser otro el signo del resultado y la consistente victoria del no escocés a la desmembración del Reino Unido; es un claro sí a la sensatez y una afortunada demostración de que el sentido común de los ciudadanos está por encima de las manipulaciones demagógicas de sus dirigentes, empeñados en exacerbar sentimientos emotivos sin preocuparse del feedback que están auspiciando.

Hoy Escocia respira feliz al poder ser parte integrante del Reino Unido, de continuar un maridaje que supera ya los trescientos años, de formar parte de ese gran logro de nuestra época que llamamos Comunidad Europea, de conservar su unidad monetaria, etc. Pero también se ha propiciado la misma feliz respiración de Europa que, con síntomas amenazantes de una nueva recesión, un problema territorial como el que acaba de plantearse le sería muy difícilmente asumible.

Por supuesto España y sobre todo uno de sus más carismáticos territorios, Cataluña, reciben inevitablemente el impacto del desenlace del affair escocés. Es indudable que una victoria secesionista habría facilitado un plus de argumentos a los soberanistas catalanes, ya que aunque no hay analogía alguna cogerían al toro por los cuernos. El claro no de nuestros hermanos celtas hace que el Sr. Mas se quede con menos artillería para su irracional batalla y aunque es seguro que buscará argucias para difuminar el contratiempo, no dejará de acusar el golpe.

Al acercarse el 9 de noviembre parece que nadie se mueve tras el parapeto de sus trincheras, pero el Gobierno español dice asumir firmemente su obligación de cumplir y hacer cumplir la ley ante la insensata arrogancia del presidente de la Generalitat que se atreve a manifestar públicamente que cuando conviene se puede desobedecer la ley. Tal desobediencia es siempre un delito, pero si lo hace quien tiene la obligación de guardarla, la agravante es exponencial.

Hay que agotar todos los medios de diálogo y razonamiento y tratar de conseguir que el pueblo catalán -al menos una significativa parte lo necesita- tenga pleno conocimiento de las negativas consecuencias de la independencia, arteramente ocultadas por denostadas demagogias cuyos autores parecen insensibles a una salida de la Comunidad Europea, a la pérdida de mercados, al desmantelamiento industrial y al manto protector de formar parte de una gran nación.

Como ejemplo de la fragilidad de los populacheros argumentos de los separatistas, fijémonos en la denuncia de que España roba a Cataluña. Se dice, pero no se puede demostrar, y, por el contrario, los datos reales e irrefutables acreditan que Cataluña, con una población que representa el 17% de la española, recibe el 19% de los fondos estatales para la comunidades. Es decir, Cataluña mejora a costa de otras regiones que inevitablemente tendrán que recibir un porcentaje inferior al de su población.

Así pues, viéndonos en el espejo de Escocia, agotemos diálogos y razonamientos, pero ante la desafiante desobediencia del Sr. Mas hay que hacer frente al importantísimo problema y resolverlo con la estricta legalidad que emana de nuestra ley de leyes, porque la Constitución en sus artículos 144 y 155 ofrece los medios para frenar tal tipo de desatinos. Traumático, sí; pero la sagrada unidad de España no permite titubeos. Hagamos votos para que no sea necesaria tan indeseada decisión y que el pueblo catalán -todo el pueblo catalán- decida mirarse en el espejo escocés emulando su encomiable sensatez.