En un artículo anterior (Faro de Vigo, 27.07.2014), tracé unas notas sobre la historia de "mi calle", que nació con vocación de llamarse rúa del Favor. Sin embargo, se bautizó como calle de Alba y, después de sucesivos nombres, llegó a su actual denominación bicéfala de Cardenal Quiroga (tramo norte) - Alejandro Outeiriño (tramo sur). El posesivo de "mi calle" lo justificaba por el sentimiento patrimonial de haber nacido en una de sus casas, la número 13 -como también lo hicieron mis hermanos José María, María Ángel, Duvi y Marisa- y por haber vivido allí, entre 1941 y 1969, con mis padres y mi abuela materna. Para redactarlo recurrí a las fuentes documentales que estaban a mi alcance, que cité con la rigurosidad que permite un artículo de este tipo. Ya les adelantaba que tendría continuación y que, sin base documental y con el único recurso de mi memoria, la de mis hermanos, la de algunos amigos y antiguos convecinos elaboraría una crónica de esa época, aunque incompleta y con posibles errores, se la pasaría en forma de varios sueltos. Con toda probabilidad lo que les vaya contando carece de valor y de interés para una mayoría, pero lo hago a modo de homenaje a los que en esos años nacían, residían y trabajaban en "mi calle" -"su calle"-. Traicionaría mis propios sentimientos y sería ingrato si no lo hiciese, porque contribuyeron en buena parte a que mi niñez y juventud estén llenas de inolvidables recuerdos, muchos de ellos compartidos.

En nuestra calle había de todo: establecimientos de distinta índole, instituciones oficiales y muchos pisos, donde ejercían numerosos profesionales y residían muchas familias que le transferían vida propia. Lo expresa muy bien mi respetado amigo don Miguel Ángel González, en su prólogo a Crónicas dunha rúa de Arturo Vispo (Ourense: Edit. Duen de Bux; 2011): "Una calle parece a primera vista poca cosa, un espacio limitado, un lugar de paso, una dirección en un envío postal?, pero resulta que siendo todo eso, es también un microcosmos lleno de historia, de vivencias, de memorias, de tiempo que se remansa y le da paso transcendente al vivir".

Por hacerlo de algún modo y para una mejor comprensión concebiremos la visita y su descripción -tal como, con bloc de notas en mano, verificamos hace unos días mi hermano José María y yo mismo- de abajo a arriba (de sur a norte). Es decir, partiremos de la calle del Progreso para terminar en la rúa de Santo Domingo y respetaremos su propia división en dos tramos, la que ocasionó en 1873 la construcción de la "travesía", actual calle del Paseo. Y, ya que fuimos subiendo, me referiré como lado izquierdo a la acera de los nones y como lado derecho a la acera de los pares. Por razones de espacio me limitaré hoy a su tramo sur, acera de los nones.

En el tramo sur, lado izquierdo, formando esquina con la calle del Progreso, el primer comercio era la acreditada e histórica Armería Marcial (al inicio también relojería), que todavía subsiste regentada por el hijo de su primer propietario, Marcial Feijóo, en su día popular futbolista de Unión Deportiva Orensana, al que uno de los más famosos desequilibrados ourensanos, el Toniño -conocido por sus muchas "cosas"- animaba con la sonada frase "¡Hala Marcial, chulo, valiente!". A continuación estaba (en el nº 1), y prosigue (con entrada por el número 3), el afamado restaurante La Mejicana, en cuyo pequeño escaparate lucía siempre un cabrito desollado, que estremecía a los que éramos niños, y varias piezas de caza. Al fondo del mismo portal, durante bastante tiempo, tuvo su tienda Exclusivas Ricardo Bermúdez, representante de las máquinas de escribir Hispano-Olivetti, notorias por romper con el diseño al uso y ser, uno de sus modelos, la "Pluma 22", las primera comercializada en diversos colores. Bermúdez confesaba que los portugueses adquirían las tonalidades más llamativas; mi padre no se quedó atrás y, dado su origen canario, compró una amarilla. También por ese portal se accedía a una acreditada Fonda que ocupaba la primera planta. En el número 3 se ubicaba, y allí sigue, una pequeña barbería, La Moderna -su dueño sería después mi vecino en el nº 17 de Juan XXIII, cuando regresé a Ourense para establecerme definitivamente como pediatra-. Más arriba, el bajo del número 5, acogía la Peluquería Julio, dedicada exclusivamente a caballeros. Era una magnífica barbería, con buena dotación, que incluía cinco "avanzados" sillones, grandes e inmaculados espejos y lavabos individuales, que disponían de ducha de mano, lo que en esa época era excepcional. La regentaba su dueño, Julio, un señor de apariencia impecable, estatura mediana, delgado, con abundante pelo blanco, ademanes tranquilos y, a pesar de su profesión, de pocas y medidas palabras, aunque siempre muy correcto y amable. Muy afable y simpático con los niños, conseguía que estuviésemos tranquilos, encaramados a un asiento adicional que compensaba nuestra corta estatura. Tenía varios oficiales, de los que solamente retengo a uno muy agradable y bonachón, Daniel, que cuando Julio cerró por jubilación, dejó la profesión y abrió el bodegón Archanda en la calle Cardenal Quevedo. En el bajo y primer piso del mismo edificio vivía la familia formada por el que fue decano de los procuradores, Cesar Rodríguez Conde, y su hermana Antonia, junto con sus sobrinas: Lulú, Carmucha, Maruja, Felisa y Antonio. Fue una familia distinguida y considerada de la sociedad ourensana, a la que nos unía mucha amistad. Estaban muy vinculados al Cardenal Fernando Quiroga, que antes había sido párroco de Santo Domingo, hasta el punto de que se alojaba en su casa cuando volvía a Ourense, donde ocasionalmente decía Misa, pues disponían de un bonito oratorio autorizado para tal fin. También don Fernando desposaría a Antonio con Lucita Enríquez en su pazo de Palmés. Llegados al número 7, un tiempo después su portal daría acceso a una de las primeras cooperativas farmacéuticas, COFANO, auspiciada entre otros por el farmacéutico Luis Fábrega, y cuyo primer gerente fue Lorenzo Redondo. Su hijo, que lleva su mismo nombre, es un buen amigo y prestigioso pediatra del Hospital Universitario de Santiago. De mano de don Luis, acompañando a mi padre, recuerdo cómo nos mostró la cooperativa con orgullo y el convencimiento del progreso que suponía. En el primer piso de esta casa tenía su despacho el respetado y acreditado abogado Alfonso Prada, al tiempo que era su vivienda, la de su esposa Clarita Castrillo y la de su hijo Amando que también sería y es notable abogado. Sé muy bien que eran auténticos amigos de mi familia, amistad que continúa entre los que somos descendientes de ambas familias. Tengo el mejor recuerdo del matrimonio Prada-Castrillo: entregados, vitales, cariñosos y alegres; aunque distintos en su forma de ser, se complementaban y fueron ejemplares. En su casa vi el primer nacimiento navideño, me impresionó su belleza y creo que allí surgió mi vocación belenista. No he olvidado que, entre otras cosas, cada año nos regalaban las caretas de carnaval. Ya en el número 9, estaba el estudio fotográfico de Augusto Pacheco, primero colaborador y después continuador de su padre, José Pacheco. En sus escaparates, cada 28 de diciembre, contemplábamos "Inocentadas", ingeniosos montajes, con supuestos hechos fantásticos, que algunos creían reales. Además exhibía fotografías actuales. Sin embargo ya no era su mejor época, desplazado por el auge creciente de Schreck. Consta que reunió un magnífico archivo histórico fotográfico, según creo, hoy desperdigado y perdido en parte. Llegados al número 11, en su bajo se alojaba la Bombonería Dora "Fábrica de Caramelos", de la que eran propietarios un entrañable matrimonio sin hijos. El marido falleció de forma temprana y repentina, pero Dora continúo con su negocio mientras vivió, acompañada de su empleada, la muy afable Rosa. En el primer piso tenía su consulta y vivienda el doctor Cesar Saco Maureso, dermatólogo y secretario perpetuo del Colegio Oficial de Médicos de Ourense. En el segundo piso residían las propietarias, las hermanas Taboada, que disponían de un hermoso jardín en la parte posterior de su casa, que más tarde desaparecería con la ampliación de los talleres de La Región. Después arribamos al número 13, "mi casa", cuyo bajo de la izquierda estaba ocupado por la Mercería la Borla, llevado por dos mujeres que después serían sustituidas por un antiguo empleado de La Modernista. En el bajo de la derecha se ubicaba y ahí sigue, el estudio fotográfico de Ernesto Schreck Schültz, establecido en Ourense desde 1925, en el que vino a sustituir al fotógrafo Samaniego. Él, su esposa Dora Muro-de una reconocida familia de fotógrafos de Logroño- y sus hijos se convirtieron en unos especiales y queridos amigos de nuestra familia. El patio y el jardín que tenía detrás del estudio fue, en nuestros primeros años, lugar de juego y expansión. En compañía de su hija Ana María, de mi misma edad y mi primera y querida amiga, pasé allí muchas horas, de las que tengo constancia en magníficas fotografías que nos realizó su padre. Me imagino que le habremos incordiado bastante pero él, que era modelo de educación y tolerancia, nunca nos mostró disgusto y, con toda seguridad, le agradó vernos crecer y disfrutar juntos en la infancia. Me recuerdo todavía contemplando, ilusionado y sorprendido, las imágenes en profundidad que creaba el estereoscopio que tenían sobre el mostrador de la entrada -¿se conservará?-, o bien observando con curiosidad cómo su ayudante, Rego, o el propio don Ernesto, retocaban manualmente los clichés. La calidad técnica y artística de su trabajo, situaron a don Ernesto, a su hijo y a su nieto entre los primeros de la camarografía de estudio española. En el segundo piso vivían Antonio González, su esposa Pepita y su cuñada, que fueron los primeros propietarios del Restaurante Sanmiguel. Antonio sufrió cáncer de laringe y fue uno de los primeros que en España fue sometido a laringuectomía parcial, una operación que le permitía conservar la voz -se la practicó José Antonio Sánchez, catedrático de Otorrinolaringología, que era primo carnal de mi madre-. Y ya llegamos al número 15, la casa matriz de la Imprenta y librería La Región, de la que eran artífices y propietarios los hermanos Ricardo y Alejandro Outeiriño. En esos años, nuestro contacto más directo era con don Alejandro, cuya presencia en la librería era habitual, y allí acudíamos una y otra vez a comprar todos esos artículos de las librerías que tanto deslumbran a los niños. Don Alejandro era un hombre cercano, sencillo y amable con nosotros y siempre nos recibía con una sonrisa y un regalito. El sonido de la rotoplana del periódico acompañó y concilió nuestros sueños como si se tratase de una canción de cuna. Al finalizar el tramo sur y la acera de la izquierda, ocupando el bajo del edificio Marquina, estaba el Bazar Builla, donde todavía sigue repleto de innumerables y seductores juguetes.