Sabemos gracias a FARO DE VIGO que el 60% de los 2.800 millones que recibirá Galicia de fondos regionales europeos durante los próximos siete años se invertirá en tecnología e innovación en pequeñas y medianas empresas.

Hay que señalar, en primer lugar, que, por oposición a una injustificada opinión bastante extendida entre los derrotistas, en España somos capaces de atraer centros de innovación de reputación mundial compitiendo con países que dan mayores ayudas económicas. Aupados en la calidad de la ingeniería y ciencia española, los centros de investigación de grandes multinacionales en España, que asignan importantes fondos a I+D+i, se focalizan principalmente en informática, farmacia, biotecnologías, aeronáutica, industria naval, energías renovables, etc. Fuera de EE UU, Boeing, por ejemplo, tiene su mayor centro mundial de innovación en Madrid. Otro tanto puede decirse de IBM, Siemens, HP, Lilly, Glaxo, Alstom, etc., ubicados asimismo en Madrid o Barcelona. Es cierto que en el año 2013 perdimos la novena plaza mundial en la producción de artículos científicos pero no hay ningún desdoro sabedores que el lugar lo ocupó India, la nación que forma los mejores ingenieros y en mayor número que EE UU.

Con estos datos en mano, es de esperar que las pymes gallegas encuentren sinergias en su colaboración con otros centros de excelencia españoles y extranjeros.

Ahora bien, actualmente hay ciertas dudas respecto al alcance en términos de crecimiento económico del progreso técnico de la tercera revolución industrial. Sobre todo si se innova por innovar sin atender a las sinergias de conjunto. Por tanto, si legalmente parte de los fondos regionales europeos pudiesen asignarse al estudio de las verdaderas necesidades y potencialidades de la I+D en Galicia, enlazándolas con el contexto español, resultaría probablemente una magnífica inversión contratar algún equipo de primer nivel internacional, como hizo en su momento Ibarretxe con el de Michael Porter, para que diseñara un plan general de I+D+i.

Todo ello anima a exponer sintéticamente, de entrada, los elementos claves de la innovación.

Factores claves de la innovación

El volumen de R&D (pública y privada) aparece como el principal candidato. Sin embargo, la investigación pública solo tiene efectos virtuosos en el largo plazo. El volumen de R&D empresarial genera efectos en la innovación observables en Suecia, EE UU y Alemania. Pero no se puede deducir mecánicamente un determinismo virtuoso. El caso de Japón, gran inversor en R&D, prueba que otros factores son necesarios para el crecimiento económico.

Tres factores estructuran el ecosistema de la innovación: a) la simbiosis entre universidades y empresas; b) los nuevos productos; c) la dinámica de desaparición y aparición de nuevas empresas.

El acercamiento entre universidades y empresas es una baza importante. Es indiferente que el acercamiento se realice directamente (contratos entre universidades y empresas) o pasando por organizaciones intermediarias (institutos Fraunhofer en Alemania) o por clusters (Silicon Valley). Son más discutibles los efectos benéficos, para el conjunto de la sociedad, de las subvenciones directas a la investigación privada. Tanto es así que habrá que analizar con detenimiento el empleo de los fondos regionales europeos arriba mencionados.

Otro tema de debate es si la investigación debe centrarse en la imitación perfeccionando productos y procedimientos ya existentes o en la búsqueda de productos radicalmente nuevos. La innovación de procedimientos -en general imitativa- es poco arriesgada pues permite renovar o extender un mercado existente vía la disminución de costes. Por el contrario, la innovación que aporta un nuevo producto es muy arriesgada al intentar satisfacer una necesidad que aún no se ha manifestado ni cuenta todavía con clientes. En consecuencia, la mayoría de las empresas se inclinan por la R&D de procedimiento. No obstante, la innovación de producto es la más prometedora en cuanto al dinamismo económico al originar mayores ganancias de productividad y el desarrollo de nuevos mercados. EE UU, Alemania, Suecia están entre los países que se interesan en la obtención de nuevos productos; los del sur de Europa orientan sus ventajas comparativas a la reducción de costes.

El tercer factor, la renovación de empresas, es primordial. Las nuevas empresas aportan la alta tecnología que permite la apertura de mercados al tiempo que contribuyen al esfuerzo global de R&D al ser activas en la investigación de la que suelen proceder. En EE UU, la mitad del esfuerzo en R&D lo ejercen empresas que no existían hace veinticinco años. La emergencia de nuevas empresas innovadoras induce ganancias de productividad e incita a las empresas en plaza a ser más eficientes, innovadoras y rentables. Además, la desaparición de empresas con débil productividad contribuye asimismo a su alza. La renovación de empresas puede representar hasta un 40% de ganancias de productividad y constituye un elemento mayor del dinamismo económico. Quiere decirse, no viene a cuento subvencionar a empresas ya existentes que aun teniendo vocación innovadora sin la subvención desaparecerían.

Progreso técnico y ralentización de la productividad

Las controversias respecto al progreso técnico vienen de lejos pero se han reavivado como consecuencia de la ralentización del incremento de la productividad desde hace medio siglo, especialmente en Europa. Algunos economistas -significativamente, Robert Gordon en un e-book editado hace pocas semanas por el CEPR de Londres (Secular Stagnation)- se preguntan si el progreso técnico no habrá agotado su impacto. Gordon considera que la innovaciones tecnológicas en la actualidad encaran ciclos más cortos y con efectos más modestos que durante la segunda revolución industrial. Frente a las críticas, Gordon estima que el progreso técnico solo explica un tercio de la productividad. Otros factores, que llama “vientos de proa” (windheads) también frenan el crecimiento económico: a) evoluciones demográficas; b) deficiencias del sistema educativo; c) desigualdades económicas crecientes en el seno de la población que afectan a los resultados escolares y deprimen la demanda; d) endeudamiento del estado-providencia; e) costes de la globalización; f) restricciones medioambientales.

Solamente en EE UU se observa un aumento de la productividad del 1,56% anual, en los años 1960-1970, a más del 2,09% desde 2000. Entonces pareció que había acabado la ralentización de la productividad como consecuencia de la revolución Internet. El efecto estadístico de la innovación fue inmediato. Se esperaba así un rápido aumento del nivel de vida pero el milagro de Internet fue solo un espejismo al tratarse de una burbuja.

En la Unión Europea, la ralentización de la productividad se nota hasta en Suecia. El declive es especialmente notorio en los países latinos cuando se estudia no solamente la productividad del trabajo sino de consuno la productividad global de factores, que permite medir la combinación productiva de trabajo y capital.

Paradoja de la productividad

“La paradoja de la productividad” también conocida como paradoja de Solow (1987) -ampliada y popularizada por Erik Brynjolfsson (1993)- atrajo la atención de los economistas habida cuenta que el progreso técnico parece no ser ya capaz de generar las ganancias de productividad observadas hasta los años setenta del siglo pasado. La paradoja viene de la discrepancia entre las medidas de la inversión en tecnologías de la información y comunicación (TIC) y el crecimiento del PIB. Se puede ver en ello un problema de tiempo necesario a la absorción de la innovación o un problema de instrumentos de medida pero generalmente se considera como explicación más plausible que la paradoja reside en si las empresas adaptan o no su organización a los nuevos equipos. Es decir, no es suficiente innovar sino que se necesita también saber adaptar las innovaciones al contexto empresarial.

Alternativamente, el agotamiento de la productividad puede explicarse por el siguiente mecanismo. La inversión en TIC de las empresas no se vio acompañada de la correspondiente inversión en capital productivo clásico (que hubiera disminuido la rentabilidad de los inversores) con modernización de plantas y otros equipos. Respecto a la productividad, la inversión en TIC no puede substituir a las inversiones clásicas en material e instalaciones sino que es complementaria. Las empresas que adoptan la innovación tecnológica asociando una innovación organizativa -prácticas de trabajo que activan el valor de las nuevas tecnologías- aumentan la productividad mientras que las que no reorganizan los procesos de producción no cosechan los frutos tecnológicos de las TIC. Dado que ambos tipos de empresas coexisten no resulta sorprendente que no se observe ningún impacto global estadístico. Aunque falta perspectiva de largo alcance para lanzar un diagnóstico definitivo, parece que los cambios en la organización y optimización de los procesos de producción inducidos por las TIC han madurado y dado todos sus frutos: de ese árbol, en cuanto al incremento de la productividad, ya no se puede obtener nada más.

Hoy día las TIC son tecnologías generalistas sin efecto impulsor sobre el crecimiento, prueba de que la economía del conocimiento también acota sus tasas en flagrante contradicción con los modelos de crecimiento endógeno, principales avales teóricos de las inversiones indiscriminadas en I+D+i. La economía del conocimiento se desplaza ahora a las nuevas energías, bioquímica, nuevos materiales y robótica sin que tampoco se constaten incrementos de productividad. De hecho, Robert J. Gordon afirma que la tecnología en general está sujeta a rendimientos decrecientes en su capacidad para impulsar el crecimiento económico. Mayor razón para asignar atinadamente los fondos regionales europeos.

Juan José R. Calazaes economista y matemáticoJuan José R. Calaza

Guillermo de la Dehesa