Experta como se le supone en el mal del ojo, no extrañará que una sanadora de O Carballiño se jacte de haberle curado un famoso tic ocular a Jordi Pujol, expresidente de Cataluña al que Adelina Fernández dice que trató durante más de veinte años. Adelina rechaza el calificativo de bruja y aun el de meiga que le adjudican los medios, aunque mucho es de temer que nadie pueda quitarle ya el título de vidente de cabecera de Pujol. Es lo que le faltaba al histórico líder del nacionalismo catalán.

Sea cierto o no el relato de la médium de Ourense, no se trataría de novedad alguna. También el ya fallecido Don Manuel, monarca informal de Galicia, solía acudir a los servicios de un afamado fisioterapeuta conocido como O Bruxo para que le aliviase sus problemas de cadera a base de hierbas y masajes.

Más allá de esa inocente y a menudo eficaz medicina popular, otros políticos acuden a la brujería propiamente dicha para orientarse en sus decisiones de gobierno. El romano Julio César, por ejemplo, solía recurrir al consejo de los adivinos, aunque luego no hiciese el menor caso a sus ominosos pronósticos sobre los idus de marzo.

Modernamente, otro emperador del calibre de Ronald Reagan tuvo un astrólogo de su confianza en California, al que tal vez haya que adjudicarle el farol de la Star Wars con el que Estados Unidos le ganó la guerra fría a la Unión Soviética. La Casa Blanca confirmó oficialmente este singular hábito del entonces presidente norteamericano, que Reagan habría adquirido, al parecer, por influencia de su esposa.

Aunque no tan devotos de la nigromancia y las curiosidades de Cuarto Milenio, tampoco faltan políticos españoles dispuestos a atender los consejos de los augures. Tal sería el caso de Mariano Rajoy, presidente que tiene en plantilla a un brujo de la demoscopia llamado Pedro Arriola. En la sombra y sin apenas ser notado, ese émulo doméstico de Rasputín se socorre de las encuestas para trazar desde hace más de veinte años la política de los gobiernos de derechas en España: ya se trate de los de José María Aznar, ya de los de Rajoy. Sería el equivalente del astrólogo de Reagan, si bien en plan más científico.

Nada tendría de raro, por tanto, que Jordi Pujol reclamase también los servicios de una meiga con denominación de origen gallego para tomar las oportunas decisiones sobre contratos públicos, adjudicaciones y -si ese fuera el caso- porcentajes a deducir. De hecho, la parapsicóloga de O Carballiño lamenta con cierto oportunismo que su antiguo cliente cobrase comisiones a los políticos que le enviaba a su consulta. Será verdad o no; pero a estas alturas la gente ya tiende a creer cualquier cosa, por disparatada que parezca.

Cuesta admitir, aun así, que el circunspecto Pujol recabase el pronóstico de la vidente Adelina sobre la marcha de sus asuntos familiares y los propios del gobierno de Cataluña. Y menos todavía que se sometiese a "limpiezas espirituales" por medio de un huevo que se tornaba inevitablemente de color negro a causa de las muchas envidias que, lógicamente, sufría el entonces presidente de la Generalitat.

A lo sumo, podría conjeturarse que la vidente le quitó a Pujol el "mal de ojo" que sufría en la vista. Por desgracia, no alcanzó a curarle el "aire de difunto" (político) del que tal vez se haya contagiado el expresidente al pasar por algún cementerio. Hasta las magias de las meigas tienen su límite.

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