Con las cautelas que siempre hay que adoptar al tratar la imprevisible economía voy a analizar algunos mensajes de un libro importante. Me refiero a Secular Stagnation, e-book editado por el CEPR que preside Guillermo de la Dehesa (Chair of the Board). El trabajo agavilla varias contribuciones de las cuales me interesa destacar la de Robert Gordon. Lo más granado de sus análisis reside en haber establecido cuantitativamente que la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) -tercera revolución industrial con un ciclo activo de 25 años- ha causado efectos bastante modestos comparados con los de la segunda -electricidad, motor a explosión, química, aeronáutica, etc.- que duró 75 años. Verbigracia, los sistemas informáticos de reserva de billetes de avión representan una mejora marginal en comparación con la invención del avión y la extensión de la aeronáutica. Por otra parte, en los últimos quince años la innovación se centró en el entretenimiento y la comunicación lo cual no impulsa visiblemente la productividad del trabajo.

¿Condenados a un débil crecimiento?

El primer argumento -no exclusivamente de Gordon- respecto a la ralentización del progreso técnico es que a medida que una economía se desarrolla los frutos más fáciles de recoger ya han sido cosechados, de forma que resultará progresivamente difícil innovar a bajo coste. Por ejemplo, en la industria farmacéutica el coste del descubrimiento de una molécula interesante comercialmente aumenta en el tiempo y puede alcanzar hoy mil millones de dólares.

Amparado en datos de parecido calado, Robert Gordon diagnostica que los viejos países industrializados están condenados a un débil crecimiento en las próximas décadas. En consecuencia, y esto lo diagnostico yo, las medidas adoptadas recientemente por el BCE relativas a la compra de deuda, bienvenidas sean, palian problemas coyunturales o de medio plazo pero no afectan a la perversa tendencia de fondo debido a la incapacidad del capitalismo contemporáneo en cuanto motor de innovaciones de ruptura que susciten importantes ganancias de productividad.

Críticamente, en la era de las nanotecnologías muchos expertos industriales y economistas no adoptan esta visión pesimista. Consideran que Gordon subestima el alcance de las innovaciones tecnológicas en curso. La comercialización en los próximos diez años de los chips 3D tendrá, en el enfoque optimista, un efecto muy potente sobre la productividad sin excluir que los frutos tarden algún tiempo en madurar.

Frente a las críticas, Gordon afirma que, en cualquier caso, el progreso técnico solo afecta a un tercio de la productividad. Más negativos resultan, en su opinión, los seis "vientos de proa" (windheads, "vento ponterio" dicen los portugueses, extraordinarios navegantes) que frenan la capacidad del sistema económico para producir riqueza de forma eficaz. El análisis de Gordon recuerda al de Douglas North que consideraba los factores institucionales más decisivos que los tecnológicos en el empopado del desarrollo económico.

Vientos de proa

Los seis vientos de proa que analiza Gordon barren los determinantes de la oferta productiva, capital y trabajo, al tratar de optimizar su combinación. Sin embargo, otros economistas (Krugman, Lawrence Summers, Martin Wolf, etc.) consideran la posibilidad de estagnación secular como consecuencia de una insuficiencia estructural de la demanda. Con lo cual, los vientos contrarios bien pudieran ser otros. Constatada la disminución de la demanda, las empresas no encontrarían estímulo para invertir. El único sector en el que desean adquirir nuevas competencias e instrumentos de trabajo es en el de las TIC cuyos precios bajan. Las industrias punteras situadas en esos sectores atraen capitales disponibles pero crean poco empleo. Una empresa como Sony -más de 140.000 empleados en todo el mundo- se valora por debajo de 18.000 millones de dólares mientras que WhatsApp, con 55 empleados, fue comprada por Facebook por 19.000 millones.

El viento de proa que, en mi opinión, no admite dudas es el que frena el crecimiento como consecuencia de las restricciones medioambientales sin prácticamente posibilidad de relajamiento a medida que crece la población del planeta. Aun así, no quedan excluidos nichos de crecimiento basados en la green economics. Siguiendo a Jeremy Rifkin, en la transición energética hay amplia potencialidad de crecimiento. No obstante, convendría reactualizar los trabajos del economista-estadístico Georgescu-Roegen, demasiado avanzados para su época, en relación con la entropía y la segunda ley de la termodinámica que Veit Bütterlin ha criticado ásperamente.

0,62% de aumento de la productividad en España

Desde finales del siglo XIX, el auge del maquinismo, facilitado por energía abundante y barata, produjo un choque precoz de la productividad del trabajo en EE UU que culminó en Japón, década 1960-1970, con aumentos anuales del 7,5%.

De forma menos notoria en EE UU, la productividad del trabajo -tanto horaria como per capita- declina en los países desarrollados desde mediados de la década de 1960. En esa época aumentaba más del 3,5% por año -en Alemania, Francia, España- y solo progresa actualmente el 0,71% en los dos primeros países y el 0,62% en el nuestro. En la Unión Europea la ralentización se nota incluso en Suecia. En el previsible horizonte 2040, el declive de la productividad tendrá efectos nefastos sobre las envejecidas economías de la UE-28. Más déficit público, más deuda y, por supuesto, menor poder adquisitivo para personas activas y pensionistas. La ralentización de la tasa de crecimiento de la productividad llega en el peor momento, cuando en nuestras sociedades envejecidas las personas activas necesitarían ser más productivas para mantener el nivel de vida general. Solo una nueva oleada de innovaciones tecnológicas podría evitarnos este panorama catastrófico.

Cualquier tiempo pasado fue mejor

Los trabajos de Gordon deben completarse con el libro de Edmund Phelps (2013), Mass Flourishing. Phelps estableció asimismo un brillante diagnóstico respecto a qué factores llevan a la prosperidad al tiempo que explica por qué esos factores están hoy día amenazados. La prosperidad experimentada por las economías occidentales entre 1820 y 1970 no se debió solamente al progreso técnico sino a factores culturales y sociológicos que impulsaron -florecieron, dice poéticamente (flourishing)- el trabajo con sentido perfeccionista, autorrealización y desarrollo personal en contraste con el desapego y pesimismo reinante en la actualidad. Phelps sugiere que ese esplendoroso florecimiento se basó en valores como el deseo de crear, explorar y enfrentarse a los retos. Valores que fueron semilla del desarrollo que si bien contó con visionarios como Edison o Ford fue en realidad la consecuencia de las sinergias de millones de personas "empoderadas". Exactamente en esos términos lo dice (people empowered) como si fuera de Podemos.

En palabras de Phelps, el declive económico de los países de vieja raigambre industrial se debe a una crisis de innovación. Phelps también estudió las fuentes y beneficios del dinamismo estructural de un país. La creatividad y sentido del riesgo empresarial, la habilidad de los financistas para seleccionar y apoyar los mejores proyectos, los conocimientos de gestores y managers para evaluar y poner en práctica las mejores técnicas, métodos de producción y nuevos productos.

Un elemento fundamental del impulso de la innovación es la existencia de instituciones financieras. Empero, no es condición suficiente. Todos los países occidentales las han tenido pero no todos desarrollaron innovaciones propias. Es el dinamismo -el deseo y la capacidad de innovar- lo que constituye el principal manantial de innovación. En el siglo XIX la mentalidad dominante en EE UU y Europa propugnaba que la gente, para elevarse en la vida, tenía que trabajar duramente, asumir sacrificios en un contexto difícil que no siempre suministraba igualdad de oportunidades. Rompiendo con la tradición, en los años 1970 apareció en EE UU un movimiento contracultural, hedonista, que desafió la ética del trabajo expandiéndose también por Europa.

Combinación perversa de factores

Las décadas siguientes fueron aun peores por el dominio de la finanza sobre la industria. Instituciones financieras, que habían apoyado hasta entonces la innovación, se corrompieron y otro tanto sucedió con gabinetes de abogados e interventores de cuentas como Arthur Andersen. Los grandes grupos industriales dejaron de asignar fondos a los proyectos a largo plazo, propios de su oficio, y se dedicaron a especular y atender las exigencias de rentabilidad de corto plazo en Bolsa. Además, los fondos de inversión metieron presión a las empresas para que alcanzasen objetivos financieros trimestrales lo cual se opone a la necesidad de encarar horizontes industriales de tres a diez años.

La combinación perversa de tantos factores ha llevado a la ralentización de la innovación. En definitiva, la decadencia se manifiesta, en cuanto al progreso técnico, en el encogimiento de la productividad tanto del trabajo como en la combinación de los factores productivos. Contra todo ello, poco puede el BCE.