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De vuelta y media

La Residencia Montecelo

Su puesta en marcha en 1974 quiso reparar una afrenta histórica en la sanidad local, pero acabó por originar unas guerras médicas que causaron profundas heridas

Cuando Franco acudió a Vigo a mediados de 1955 para inaugurar la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social Almirante Vierna, este centro acababa de abrir sus puertas unos días antes. Por tanto estaba casi vacío; apenas acogía una o dos docenas de enfermos de verdad. De prisa y corriendo hubo que rellenar sus camas con figurantes y pacientes de mentirijillas, reclutados a lazo para aquella relevante ocasión. El Generalísimo no podía visitar unas modernísimas instalaciones vacías.

Tan clamoroso despiste sirvió para prevenir cualquier situación posterior y evitar otro desliz semejante nada menos que ante el jefe del Estado.

Veinte años después y con la lección bien aprendida, la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social Montecelo llevaba ya siete meses de rodaje progresivo cuando se llevó a cabo su inauguración oficial el 7 de mayo de 1974. Entonces no hizo falta como antaño ningún enfermo fingido en sus habitaciones y demás dependencias, que las autoridades presentes recorrieron de arriba abajo.

El Plan Nacional de Instalaciones Sanitarias que el régimen franquista puso en marcha a partir de 1945 contempló la construcción de 34 residencias y 34 ambulatorios, y Pontevedra quedó excluida en favor de Vigo.

Una leyenda seguramente urbana atribuyó esa fatal marginación a intereses corporativos, cuando no espurios, de influyentes galenos locales. Nunca llegó a demostrarse una acusación tan grave que hoy resulta inverosímil. Su influencia en aquel tiempo parece que no llegaba tan lejos.

El traslado a Vigo de las especialidades del Seguro de Enfermedad al abrir sus puertas el Almirante Vierna provocó una auténtica rebelión cívica en esta capital. Las comunicaciones no eran tan buenas para los desplazamientos de los enfermos. Pontevedra se puso en pie de guerra y tuvo que mediar el gobernador civil, Palao Martialay, para aplacar el malestar reinante en la propia Casa Consistorial.

El remedio curativo para atajar aquel mal fue la promesa de construcción del Ambulatorio Virgen Peregrina, aunque no se hizo realidad hasta 1963. Otros diez años tuvieron que pasar luego hasta que llegó, al fin, la anhelada residencia sanitaria.

Montecelo se levantó sobre un solar de cuatro hectáreas que cedió el Ayuntamiento de Pontevedra y dispuso de 20.000 metros cuadrados construidos en diez plantas y un torreón. Empezó con una capacidad de 271 camas y 18 cunas. Su coste total superó los 250 millones de pesetas y se invirtieron otros 100 millones más en sus equipamientos técnicos iniciales.

La apertura real, aunque no oficial, tuvo lugar entre el 30 de octubre y 1 de noviembre de 1973, con la puesta en marcha de pediatría, ginecología y servicios generales. Al frente del centro como primer director estuvo Antonio Fernández Barja García, hasta entonces jefe de los servicios de inspección médica.

Concepción Becerra Carlín, vecina de Vila de Cruces, fue la feliz mamá del primer niño nacido allí el 7 de noviembre. Veinticuatro horas después nació la primera niña que dio a luz María Teresa López Riveiro, vecina de Mourente.

En aquellos días el personal de La Residencia era como una gran familia y de su bolsillo pagaron unas canastillas para los bebés y unos bombones que sus progenitoras recibieron con emoción y gratitud, mientras corría alguna que otra lagrimita.

La cuenta atrás para el afinamiento de todo su engranaje, tanto médico como quirúrgico y también administrativo, se prolongó durante siete meses hasta su inauguración propiamente dicha. La plana mayor del Ministerio de Trabajo con su titular Licinio de la Fuente al frente, desembarcó en Pontevedra aquel 7 de mayo de 1974 para dar el mayor realce a tan destacado acontecimiento.

"La acción de cada uno de nosotros --dijo Licinio de la Fuente en su discurso inaugural--, por humilde que sea, resulta crucial en cada caso, porque participa del fundamento mismo que nutre y del que vive la idea que impulsó la creación de la Seguridad Social".

Los primeros novecientos puestos de trabajo que creó Montecelo al abrir sus puertas cayeron como un maná sobre Pontevedra y su comarca. Llegaron en un momento crucial y aportaron a la ciudad mucha vida comercial y económica. Ese resultó su lado bueno.

Entre todos esos puestos de trabajo especialmente codiciadas se mostraron las ciento ochenta plazas en propiedad para médicos en sus distintas categorías. A los sucesivos concursos de méritos por sistema libre concurrieron profesionales de toda España. Montecelo comenzó a funcionar por un régimen jerarquizado, nada habitual hasta entonces, que enseguida se mostró bastante perverso. Esa resultó su parte mala.

La buena relación existente entre la clase médica, seguramente la más numerosa, influyente y poderosa de la sociedad pontevedresa, saltó por los aires a raíz de la nominación de los jefes de servicio de La Residencia.

La coordinación y el entendimiento no fue posible entre los doctores Pino Álvarez, Domínguez Rodríguez, Castro-Rial Canosa, Fontoira Surís, Otero Portela, Cuiñas Casal, Vidal García, Dios Ortiz, Pazo Agrelo, Martínez García y otros jefes pioneros. No todos se implicaron de igual forma, pero unos y otros se vieron salpicados por las guerras médicas que se libraron en defensa de sus reinos de taifas.

Alarmado por las noticias bélicas que cruzaron el Padornelo, un día se presentó en Pontevedra el máximo responsable de la Jefatura de Organización de Centros de la Seguridad Social. Francisco Lamas López, un lucense muy preparado, médico humanista e intelectual cultísimo, permaneció varios días en la ciudad, hasta que se hizo una idea de lo que pasaba en Montecelo después de hablar con todos sus estamentos.

Antes de irse convocó al personal y dijo con voz rotunda algo parecido a esto: "No les voy a pedir que operen una apendicitis con un reloj en vez de con un bisturí. Pero si lo hiciera, sé bien que están ustedes más que capacitados para hacerlo...".

A continuación lanzó un aviso para navegantes que retumbó en toda la sala: "Quiero que sepan --afirmó-- que no vamos a permitir que nadie ponga piedras en el camino del progreso de este centro".

Pocos días después la advertencia de Lamas López empezó a cumplirse inexorablemente. Lo que ocurrió entonces todavía se comenta hoy en voz baja entre quienes conocen los intríngulis de aquellas guerras médicas. De ahí vino la enorme rivalidad entre Montecelo y el Hospital que permaneció activa mucho tiempo.

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