La reforma fiscal que ha presentado el Gobierno no me gusta, por tres motivos.

Primero, porque no es integral ni en profundidad. Le falta ambición, se contenta con reparaciones y cambios puntuales, no pretende modificar el esqueleto del sistema. Me temo que necesitamos más, bastante más.

En segundo lugar, la reforma obvia uno de los principales objetivos que, a mi juicio, debería perseguir la reforma: recaudar más. Tenemos un problema de insuficiencia de recursos. Los que pagan impuestos lo hacen como los alemanes o franceses. El problema es que existe mucha elusión fiscal y fraude. La normativa deja demasiados coladeros y la gestión es muy buena en lo que se refiere a plataformas online o atención al contribuyente, pero deficiente en su eficacia para luchar contra e fraude fiscal. La rebaja fiscal del Gobierno conduce inexorablemente a seguir recortando en gasto público hasta 2018 al menos. ¿Seremos capaces de mantener su calidad? ¿Dónde está el límite de la vocación de servicio público?

En tercer lugar, la presentación es deficiente. Faltan los números y las cuantificaciones; la justificación de los efectos positivos sobre el crecimiento económico que alega el Gobierno; o una presentación del proyecto de reforma global e integrada y no por capítulos.

En todo caso, que no me guste a mí es completamente irrelevante. Que no le guste a Bruselas por motivos análogos es otra cosa.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)

@SantiagoLagoP