Causa bochorno escuchar o leer muchos de los comentarios ditirámbicos que se han prodigado en los últimos días en los medios en torno a la figura de nuestro joven monarca.

Se dice que es más alto, el más apuesto, el mejor preparado, el más inteligente, el más viajado, el que más idiomas sabe y que -¡oh, maravilla!-- incluso escribe personalmente los discursos que lee.

Preparado, diría uno, como cualquier joven de su edad que ha tenido la suerte de terminar sus estudios universitarios, sólo que con el añadido de las ventajas de su real condición.

Corremos en cualquier caso el riesgo de sufrir un empalago monárquico por culpa de la aduladora verborrea de tantos cortesanos, viejos y nuevos, que también hay muchos. Y es que esto de la monarquía es mejor tomarlo a dosis homeopáticas.

Hemos superado con éxito el trámite de la transición. Se repartieron con profusión banderitas para que las agitase la gente al paso de la comitiva como hacen las viejecitas británicas para saludar a su reina.

Unos pocos gritaron durante el cortejo real un intempestivo "viva la República" y provocaron incluso la inmediata intervención de la fuerza pública, que tenía que justificar de ese modo su espectacular despliegue y el sueldo que entre todos les pagamos.

Pero en la pequeña localidad andaluza donde paso algunos meses del año, la gente sólo hablaba de la humillación del estadio de Maracaná, que parecía de pronto mucho más próximo que la Villa y Corte.

Y si había banderas rojas y gualdas en algunos balcones, era por nuestra derrotada selección o por la festividad del Corpus.

La gente está preocupada aquí sobre todo por el paro, por el cierre de comercios, por los despidos y desahucios, y sobre todo por la pobreza y el hambre infantil, que obligará a no cerrar los comedores de muchos colegios en verano.

Preocupan las promesas rotas y las a todas luces equivocadas recetas del Gobierno frente a todo ello.

Lo de la forma de Estado le trae de momento a la mayoría sin cuidado. Antes vivir, después filosofar, parecen pensar muchos.