Entre junio y agosto de 1986, el Museo de Prado de Madrid organizó una exposición titulada Monstruos, enanos y bufones en la Corte de los Austrias. El motivo era la donación por la Fundación Bertrán, a través de la Fundación Amigos del Museo del Prado, del cuadro Retrato de enano de Juan van der Hamen y León, que estimamos correspondía a don Diego Duque de Estrada (Toledo, 1589 - Cagliari, 1647), un "hidalgo, fanfarrón, poeta aunque no bueno, aventurero, capaz de todos los crímenes si los justificaba lo que entonces se llamaba 'el honor', asesino de su novia infeliz y de uno de sus mejores amigos por sospecha, probablemente infundada, de que fueran amantes; capaz de inventar desafueros, cuando no los cometía, porque con ello aumentaba su reputación de hombre terrible", al que nos hemos referido en uno de estos artículos dominicales (FARO DE VIGO, 23.06.2013).

El catálogo de la exposición (Pérez A, Gallego J. Madrid: Museo del Prado; 1986), recogía un análisis pormenorizado de cada una de las obras mostradas, cuya autora era la comisaría de la exposición y subdirectora del Museo, Manuela Mena Marqués. La pintura postrera era Retrato de enano, localizada por Alfonso Pérez Sánchez en los fondos del Prado, procedente de las Colecciones Reales, en concreto del Palacio del Buen Retiro, en cuyo inventario de 1794 aparece descrito como "Otra de Guas. Un enano con un Huacamayo en la mano, de dos varas de alto y una tercia de ancho, marco dorado".

Mena interpretó que el nombre del autor había sido anotado según la pronunciación española y correspondía a Michel-Ange Houasse (París, 1680-Arpajón, 1730) -pintor de la Academia Francesa, que se había traslado en 1715 a la Corte Española de Felipe V-, y a quien mantuvo que podía atribuirse el cuadro sin reservas, tanto por las pinceladas, como por el brillo, el fondo, la indumentaria y todo el modo de hacer técnico de este artista. Incluso, afirmó, la disposición frontal y en primer plano del personaje es muy semejante a los retratos seguros de Houasse. Con ello, el lienzo se enmarcaría y añadiría a la tradición de los monarcas españoles de que sus pintores de la Corte retratasen a sus hombres de placer. De ser cierta esta tesis, el personaje retratado podría considerarse el último bufón de la Corte Española. Sin embargo, tal interpretación y atribución resultan chocantes e ilógicas, si se considera que el primer rey Borbón había ordenado, en cuanto llegó a Madrid en 1701 y fue designado rey de España, es decir, desde hacía 15 años, suprimir a enanos y bufones de su Corte. Además, la atribución del cuadro, en distintos inventarios anteriores y posteriores, fue muy cambiante e incluso infundada, al tiempo que la fecha de ejecución muy variable, desde el siglo XVII al XVIII. Entre otros autores, se fijaron como posibles: Sebastián Muñoz, Juan García Miranda o su sobrino Pedro García Miranda. Cuestionada la autoría de Houasse y rechazada la de otros, en la actualidad la paternidad de Retrato de enano es adjudicada al pintor barroco alemán John Closterman (Osnabrück, 1660 - Londrés, 1711), lo que argumenta de forma muy fundamentada Ángel Aterido Fernández (De reyes, embajadores, pintores y un enano: John Closterman en la corte de Carlos II, en José Luis Colomer y cols. Arte y diplomacia de la Monarquía Hispánica del siglo XVII. Madrid; Fernando Villaverde Ediciones; 2003). En el juego diplomático los embajadores extranjeros en Madrid trataban de congratularse con sus interlocutores adaptándose a los gustos habituales españoles y mediante el intercambio de obsequios. Alexander Staphope, embajador británico en la Corte de Carlos II, como expresión de lo expuesto y en un momento comprometido por la firma del Tratado de la Haya -que había acordado repartir las posesiones de Carlos II a su muerte-, se hizo retratar por Closterman con vestimenta española protocolaria, así como puso a disposición del monarca al propio pintor inglés. Carlos II acepto entrevistarse con Closterman y decidió, a modo de carta de presentación, probar sus habilidades mediante la ejecución del retrato de uno de los enanos de su séquito, que continuaba en la Corte de Madrid, mientras desaparecían en otras cortes europeas. Aterido defiende que el cuadro de Prado, Retrato de enano, es precisamente el que fue solicitado por el rey español, dado que estilísticamente se corresponde con la producción de Closterman, en el que se sumaban la fórmula cultivada en Inglaterra con las convenciones del género retratista que había aprendido en París con François de Troy, a su vez, muy influido por el clasicismo italiano. Esta estilística e influencias se repiten en una obra realizada antes de su llegada a España, Retrato de los hijos de Abraham Devischer (1698), lo que corrobora este planteamiento. Incluso uno de los niños sostiene una cacatúa del mismo modo a como lo hace el enano del Prado. Asimismo, la riqueza, la luminosidad del colorido y los brillos detenidos en cada pliegue de la ropa concuerdan con la técnica de Closterman.

Desconocido

A pesar de que la individualidad de los rasgos del retratado indica que se trata de una persona concreta, se desconoce quién es. En una compostura estática, el personaje descarga el peso del cuerpo hacia la izquierda y apoya la mano izquierda en la cadera, mientras la derecha sostiene con delicadeza al pájaro. La cara está ligeramente girada, pero mira al espectador, con aire de dignidad y una mirada que expresa cierto desafío, no exenta de melancolía. La ropa es de calidad, según la moda francesa, aunque excesivamente holgada y colocada con cierto descuido. En todo caso, la presencia del papagayo -que en realidad es una cacatúa blanca (Kakatua ducorpsi), originaria del sudeste de Asia y sus islas- parece descartar que se trate de un caballero, pues este tipo de pájaros eran habituales compañeros de los bufones y enanos. Es más, se ha interpretado que la presencia de este tipo de pájaros, que hablan mucho sin tino, estaría relacionada con el hábito parlanchín del enano, formando ambos parte de la misión de divertidores en Palacio.

El análisis médico antropológico arroja los datos siguientes. Es una persona de talla muy corta. La cabeza es my próxima a la normalidad. Su cara también lo es, salvo los rebordes orbitarios que son moderadamente marcados. Los ojos sin anomalías expresan inteligencia y atención, si bien nos miran de forma altiva pero triste. En contraste con la cabeza, el resto del cuerpo aparece deformado. El tronco es ancho y corto, pero relativamente largo en relación con las extremidades. La pelvis es ancha y breve. Los miembros son muy cortos, de modo que las manos solo alcanzan las caderas. Parecen adivinarse que sus muy cortas piernas están arqueadas. Los dedos de las manos son cortos e iguales. La falta de afectación craneal y facial, contrastando con las anomalías físicas descritas, permiten proponer que el enano padecía una pseudoacondroplasia. Aunque se han planteado otros diagnósticos, algunos carecen de fundamento y otros son insostenibles. La pseudoacondroplasia es una displasia ósea, de herencia autosómica dominante, lo que significa que un adulto con esta anomalía tendrá una posibilidad de un 50% de pasar este gen a su descendencia. Con relativa frecuencia una persona con este trastorno puede nacer de padres de estatura promedio. Cuando esto sucede normalmente es debido a una nueva mutación. No obstante, los casos de mosaicismo germinal no son excepcionales, y el riesgo de recurrencia después del nacimiento de un hijo afectado de padres de estatura promedio es de aproximadamente 1-2%. Si dos padres de estatura promedio ya tienen al menos un hijo afectado, entonces el riesgo de ocurrencia es mucho mayor y podría acercarse al 50%. La totalidad de los pacientes con pseudoacondroplasia tienen mutaciones en un gen que codifica la Proteína Oligomérica de la Matriz Cartilaginosa (COMP).

Desde la segunda mitad del siglo XVIII los hombres de placer fueron abolidos de forma definitiva, con toda probabilidad por influencia de las ideas ilustradas en España y por la proclamación de los Derechos Humanos en Francia. Fue lo único oportuno, justo y venturoso en la vida de estos personajes, pues su alegría era obligada y su vida trágica por el abuso de sus dueños.