A mi madre y a mi vecina les gustó, así que no tengo ninguna duda de que nuestra nueva y flamante Reina Letizia lo hizo bien ayer si su intención era tapar la boca a quienes la acusan de fría, y ganarse al pueblo mostrándose más cercana, cariñosa y sonriente de lo que la hemos visto en mucho tiempo. Doña Letizia ejerció durante los distintos momentos de la proclamación, sobre todo, de madre y esposa amantísima. Si en los últimos años han surgido de cuando en cuando rumores sobre desavenencias entre la pareja, ayer se les vio más cómplices y aparentemente enamorados que nunca, incluyendo el día de su boda. Claro que era consciente de que estaba en el centro de todos los focos, y que la pareja llevaba desde el anuncio de abdicación de Don Juan Carlos sin soltarse de la mano en todas sus apariciones públicas, pero Doña Letizia no dudó en acariciar y besar a su marido, incluso dentro del Rolls que los trasladó hacia el Congreso, aparentemente cuando nadie los veía, y fue la más entusiasta y orgullosa en los aplausos cuando Felipe VI acabó su discurso de proclamación contribuyendo así a que la ovación se prolongara más incluso de lo que, en apariencia, deseaba el propio monarca.

Pero lo que derritió de verdad a mi madre fue ver a la nueva Reina tan atenta con sus hijas y con sus suegros. Desde que apareció ante las cámaras con su discreto y elegante vestido blanco de Felipe Varela en la Sala de Audiencias del Palacio de la Zarzuela para asistir a la colocación de la faja de capitán general de las Fuerzas Armadas a su marido de manos del Rey Juan Carlos, y hasta la recepción en el Palacio Real, la nueva Reina estuvo pendiente de sus hijas Leonor y Sofía. Les acariciaba el pelo, las colocaba en su lugar y las apartaba del sol durante el desfile militar, atendía a sus preguntas y les iba explicando quiénes eran las autoridades a las que iban saludando tras la proclamación. Esa atención a las niñas, que, por cierto, se comportaron como angelitos, no impidió que la nueva Reina prodigara sonrisas por todos lados y en todo momento. Ante las críticas de fría, calidez por todos lados. Sobre todo en el balcón, cuando la Familia Real me recordaba a la mía en Año Nuevo, todos besando a todos, con un momento cumbre que mi madre se preocupó de resaltar: Doña Letizia, tras besar a su suegra, cruzando el balcón en medio de una cierta revolica para hacer lo propio con el Rey Juan Carlos. Menos mal que no asistió la Infanta Cristina porque, si no, hubiera sido imposible la escenificación de tanto cariño.