Los lectores habituales de mi suelto semanal en Faro de Vigo habrán advertido la falta de mi artículo el pasado domingo. El motivo no ha sido otro que mi asistencia al Congreso Extraordinario de la Asociación Española de Pediatría, que se celebró en Madrid la pasada semana, en feliz coincidencia con el centenario del primer Congreso Español de Pediatría, que se llevó a cabo en Palma de Mallorca en abril de 1914, bajo el lema "Proteged a los niños". Mas no es mi intención hablarles hoy de tan importante evento, algo que haré en su momento pues creo merece mucho la pena si consideramos que muchas de sus importantes conclusiones y recomendaciones están vigentes y tristemente aún no se han cumplido cien años después. La verdad es que si les menciono tal acontecimiento es para disculpar mi falta a la cita dominical con mis lectores y contarles que, de forma simultánea se desarrollaba, en el madrileño Parque de El Retiro, la Feria del Libro -sucesora de la primera organizada en 1933 en casetas instaladas en el paseo de Recoletos-, a la que el que les escribe no podía faltar, por lo que acompañado de los también pediatras mi hermano José María Martinón Sánchez, mi hijo Federico Martinón Torres y mi hermano putativo Jesús Antelo Cortizas, la soleada mañana del día seis hicimos novillos en el congreso médico y recorrimos un considerable número de las 364 casetas y 508 expositores repartidos por el Paseo de Carruajes y diferentes Pabellones de los jardines del Buen Retiro. Aunque nuestra escapada pudo suponer un pecadillo profesional, nos venció nuestro amor por el libro impreso y acudimos a "Deletrear el mundo", tal como reza el lema de esta cita literaria y editorial, que es sin duda la más importante de España, pues cuando haya terminado habrán acudido a firmar sus libros cerca de 900 autores de todo el mundo, que habrán desarrollado más de 3.000 actos en una especie de conjuro contra la crisis del libro.

En una de sus casetas me topé con un libro inédito, Leer en el retrete, primera edición española, aparecida en mayo de este mismo año (Barcelona: Navona Editorial; 2014 -ed. original: Reading in the Toilet. Paris; 1952-), escrito por Henry Miller (Nueva York, 1891 - California, 1980), autor de novelas autobiográficas (Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio, Primavera Negra, El coloso de Marussi? ), en las que se mezclan la crítica social y el estudio del contradictorio comportamiento humano, en un estilo crudo y provocativo, lo que le supuso ser censurado e incluso prohibido por la Corte Suprema de Estados Unidos. Leer en el retrete ha sido traducido y comentado en el epílogo por el novelista Enrique de Hériz (Barcelona, 1964), que califica a Miller como francotirador y al texto como "vitriólico, divertido y punzante". El libro arremete contra la lectura excesivamente solemne y la de mero entretenimiento y nos anima a la búsqueda del texto que todos anhelamos: "Aquel que un día escribimos en sueños y de inmediato olvidamos", a lo que yo añadiría: y que no fuimos capaces de escribir.

Al inicio nos invita a reflexionar sobre un hábito de práctica común y sobre el que poco se ha escrito, leer en el retrete, lugar reservado para deletrear en tranquilidad y paz, sobre todo en la juventud, pues después confiesa personalmente haber abandonado tal lugar de lectura y recurrir al bosque, si es posible junto a un arroyo, o en alguna biblioteca, que "era como ocupar un asiento en el cielo". Miller estima que en el retrete, donde al menos estamos una vez al día, uno puede estar a solas consigo mismo, sin que parezca necesario hacer ni pensar nada, y donde lo que ha de ocurrir responde a un mero automatismo, que tacha de bendición menor. Hasta aquí nada tengo que objetar, pero es que a continuación afirma que la bendición puede romperse por medio de la concentración en el texto impreso, para más adelante sostener que no distraigamos la mente del asunto que nos ocupa, si se considera que lo que provoca la respuesta del sistema vegetativo es la concentración absoluta, tanto en la comida, como en el sueño, como en la evacuación. En el retrete, mantiene, nuestra mente no debe estar en lugar erróneo y no se deben hacer varias cosas a la vez por aquello de aprovechar el tiempo, pues resulta antihigiénico e ineficaz. Como médico estoy en completo desacuerdo con tal aseveración. Es verdad que tiene importancia vital eliminar del cuerpo y de la mente lo que ya ha cumplido su función, pero no lo es que "cuando vas al baño a eliminar los desechos que has acumulado en el sistema te harías un flaco favor si pretendes aprovechar esos momentos impagables llenándote el cerebro de basura". El estreñimiento habitual -también denominado constipación-, una vez descartadas causas estructurales y una enfermedad en su origen, es motivo frecuente de consulta que ha de corregirse con cambios en la dieta y bebida, práctica de ejercicio y ritmos saludables de vida. Hay que buscar una porción de tiempo cada día para pasarlo en el retrete y concentrarte en la lectura escogida. La consecuencia inmediata es que la motilidad intestinal se pondrá en marcha de forma espontánea y se evitará realizar un esfuerzo defecatorio excesivo que desencadena hipertonía intestinal y favorece el estreñimiento. Un retrete agradable, tiempo y lectura adecuada contribuyen a corregir condicionamientos sociales y emocionales que hacen que la vida de bastantes personas giren alrededor de si van o no al baño y generen una innecesaria ansiedad que pueden hacer que nuestro esfínter anal se contraiga, impidiendo la defecación. En los niños un mal aprendizaje, en general demasiado temprano, motiva la mayoría de los estreñimientos y condiciona el ensuciamiento continuo involuntario, consecuencia de hacer deposiciones por rebosamiento -sale lo que ya no cabe de un intestino terminal dilatado por acumulación de heces, lo que se llama megacolon funcional o psicógeno-. Yo, como pediatra, aconsejo a los padres de los niños que padecen este problema, que pongan a defecar a sus hijos, sin prisas, durante un tiempo limitado para que no suponga castigo, pero siempre entretenidos por la lectura de un tebeo o cuento apropiado a su edad.

Cuestión distinta es el material de lectura en la intimidad del retrete, unos se adentran en literatura muy sólida y otros en páginas ligeras. Parece ser que algunos tienen una estantería en el cuarto de baño -yo no lo recomendaría dada la humedad y el olor, ¡pobres libros!, es la explicación de que algunos viejos libros muestren signos de humedad y sospechosas manchas-. Incluso Hériz, en su epílogo Del canon al retrete: un viaje de ida y vuelta, especula sobre una mesita de roble con incrustaciones de otras maderas, diseñada en 1750 por encargo de Luis XV, específicamente para escribir y leer en el baño, y ejecutada por el afamado ebanista Jean-Francois Oeben. A pesar de todo, Miller se muestra convencido de que a ningún autor le complace la asimilación de su obra con el sistema de alcantarillado y que ni siquiera las obras escatológicas se pueden disfrutar enteramente dentro del cuarto de baño, hasta el punto de que para obtener un verdadero beneficio hay que ser un "coprófilo genuino". Nada más lejos de la realidad. Lo que sí es verdad es que para que la lectura cumpla su función laxante es necesario un mínimo de tiempo, del que no siempre se dispone. A pesar de todas las ayudas y aparatos que facilitan nuestro trabajo, nos falta el tiempo necesario en la taza del retrete y a veces incluso nos falta la taza. Si pretendemos un funcionamiento perfecto del cuerpo mediante una lectura tranquila y en paz es necesario coordinar con el resto de la familia las horas de utilización del baño, respetar el acto de evacuación y leer por una sola razón, que lamentablemente hoy supone poco: "para pasarlo bien, es decir, para obtener un estímulo que nos permitirá una actividad mayor y más elevada y una existencia más rica". Miller nos aconseja que se acuda solo al retrete para cumplir con sus funciones y recomienda como el mejor retrete posible "aquel en el que solo un equilibrista sería capaz de leer", refiriéndose a los que todos los de cierta edad conocimos y aún vemos en países "en desarrollo", aquellos en los que no hay ni asiento, ni taza, solamente un agujero con dos reposapiés a los lados. En ellos el evacuante no se sienta, se acuclilla, por lo que Miller sostiene que en esos retretes a uno no se le ocurriría leer. Pues no es así. Yo mismo en mi juventud leí en alguno de ellos y ahora en la ancianidad lo sigo y seguiré haciendo, en mis viajes a países "no desarrollados", mientras me mantengan las piernas.

Y voy terminado no sin antes hacerles unas sugerencias sobre lecturas en el retrete. El libro no debe ser muy grande ni muy pesado y las lecturas cortas, por lo que son muy recomendables los libros de relatos, los cuentos o las recopilaciones de artículos. Valgan como ejemplos dos escritores gallegos sobresalientes, uno Julio Camba (Mis páginas mejores, ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!...) y el otro Álvaro Cunqueiro (El pasajero en Galicia, Xente de aquí e de acolá?); un madrileño, Medardo Fraile (El cuento de siempre acabar, Escritura y verdad?) y un uruguayo, Mario Benedetti (Buzón de tiempo, Cuentos?)

Y para finalizar, dado que a retretes hoy me he referido, proponerles la lectura de un libro delicioso, Pulcro y decente. En él, Lawrence Wright nos relata con humor británico y amena erudición la muy interesante historia de ese cuarto "excusado", del que el hombre civilizado en modo alguno puede prescindir.