El debate que desde algunos sectores, principalmente de la izquierda, se ha abierto como consecuencia de la abdicación del Rey, en el que se plantea un cambio en el modelo de Jefatura del Estado solicitando un referéndum, se caracteriza en mi opinión por una mezcla de confusión, inoportunidad, desconocimiento y profusión de dogmas, dependiendo de quién lo plantea. Todo ello en un momento histórico enormemente complicado.

España está viviendo una grave situación de crisis económica, política e institucional, como consecuencia de políticas equivocadas a las que se añade, en los distintos ámbitos institucionales, corrupción, ineficacia, recortes de derechos, aumento de la desigualdad, procesos de secesión, recortes sociales, etc., que abocan irremediablemente a un cuestionamiento del propio sistema. Pero nada de ello tiene que ver con el modelo de Jefatura del Estado.

La primera cuestión que hay que plantearse es si el cambio que se propone conllevaría, por definición, mejoras en la vida de los ciudadanos o recuperación y fortalecimiento de todo lo que se ha perdido en lo que concierne a sus derechos y calidad de vida. No parece que ello esté asociado a la república o a la monarquía, sino al modelo y funcionamiento del sistema democrático y social de cada país.

Para empezar, resulta curioso comprobar que de los 28 países que integran la UE, de los que aproximadamente veintiuno son repúblicas y siete (Noruega aparte) son monarquías, es precisamente en estos últimos donde la calidad de vida, derechos sociales, libertades, trasparencia, redistribución de la riqueza, etc., son más sólidos. La pregunta que habría de hacerse es si la gente prefiere vivir en sociedades como las de Suecia, Noruega, Holanda, Bélgica, Dinamarca, etc. (monarquías) o en sociedades como Portugal, Grecia, Polonia, Italia, etc. (repúblicas).

La repúblicas fueron durante muchos años, principalmente a partir de la caída del Antiguo Régimen, referentes y ejemplos de libertad y derechos que no existían en las monarquías, entonces absolutas o autoritarias en las que el Rey gobernaba. A pesar de los cambios que el paso del tiempo ha traído, los republicanos de izquierda o derecha, que también los hay (dos de los generales más sanguinarios en la Guerra Civil Queipo de Llano y Mola eran republicanos) han venido manteniendo a modo de dogma y como si de un catecismo se tratara la obsoleta calificación de que república es igual a libertad, derechos, progreso, etc., y monarquía todo lo contrario. Y es obvio que no es así.

Además, ¿qué tipo de república? ¿La bolivariana o coreana, o la francesa y alemana? ¿Qué monarquía: la holandesa o la saudí? En un tiempo en que la crisis económica ha llevado a la población a índices de pobreza que hace decenios no conocía -incluso la población ocupada- a niveles de desigualdad y corrupción que sitúan a España a la cabeza de la UE, a lo que hay que añadir las tensiones territoriales con una posible escisión de Cataluña, no parece muy prudente añadir más tensiones, por otra parte innecesarias, a la vida política.

El referéndum no es el camino. Bastaría, en todo caso, como ocurrió en 1931, que quien quiera una república vote en las elecciones generales a partidos inequívocamente republicanos. Hay varios. Si obtienen la mayoría, seguro que el Rey se irá, como ya hizo su bisabuelo.

Por último cabe recordar que las dos experiencias republicanas en España, por distintas razones, no acabaron bien. Aunque ese es otro debate. Nunca en la historia de España hubo unos niveles de libertad y bienestar como los alcanzados en los últimos cuarenta años. Tal vez sea mejor dejar los viejos fantasmas en el armario y acogernos a la máxima ignaciana de que "en tiempos de tribulación no se debe hacer mudanza".