Una de las consecuencias de las que más se ha hablado tras las elecciones europeas ha sido que, por primera vez, los dos principales partidos no han sumado el 50% de votos. Ocurre que uno de ellos (el PSOE) presenta más síntomas de aluminosis que el otro (puesto que el PP ha vuelto a ganar unos comicios que podía perder, dada la difícil situación económica).

Para el PSOE, en plena crisis (con un congreso extraordinario a nivel español y otro en uno de sus bastiones históricos, como Cataluña), el problema no ha sido que el electorado no percibiera a Rubalcaba como signo de renovación alguna. Sufre, al mismo tiempo, el marasmo de la socialdemocracia europea (incapaz de presentar alternativa al programa de austeridad alemán, avalado por los mercados), sus vacilaciones en el discurso territorial (uno de los detonantes que ha provocado la renuncia de Pere Navarro al frente de los socialistas catalanes) y, cómo se verá en los próximos meses, su poca credibilidad republicana entre el votante de izquierda (ratificado con su voto favorable a la ley de abdicación), una vez se ha abierto el debate sobre la forma de Estado.

Por todo ello, la estrategia que seguirán los "populares" hasta las elecciones de noviembre de 2015 (o nosotros o el caos) puede dañar mucho a un rival que afronta un dilema importante: o seguir siendo un partido de "estabilidad", votando en asuntos de enjundia igual que el PP (lo que no parará de erosionarle, en beneficio de Podemos) u optar por un mensaje más a la izquierda, cuestionando el sistema instaurado tras la Transición (lo que puede dificultar la gobernabilidad del país). Quizá por eso haya tantas renuncias a liderar la formación (en España o en Cataluña). Quién lo hubiera dicho hace 10 años.