Cuando hace escasamente un mes, en la presentación del libro "Pontevedra, de vuelta y media" tuve la ocurrencia de contar, solo a medias, el intento de Camilo José Cela por afincarse en Pontevedra para dirigir un periódico, no podía sospechar que la historieta iba a suscitar tanto interés. Menos mal que Sabino Torres, a sabiendas, y José Luís Fernández Sieira, sin saberlo, me facilitaron las últimas referencias que necesitaba para satisfacer hoy esa sana curiosidad de unos cuantos lectores.

Cela ya era toda una celebridad cuando llegó a esta ciudad para inaugurar el 26 de febrero de 1947 un interesante ciclo de charlas culturales en el Liceo Casino. Otra crónica pasada y recogida en el libro mencionado glosó en su día el interés tan grande que despertaron aquellas conferencias de primeros espadas de la literatura, el periodismo y la historia.

El escritor debía estar preparando entonces su viaje a la Alcarria en sentido literal. La célebre obra se publicó al año siguiente, pero estaba ambientada en 1947, según la conclusión extraída por varios especialistas. De modo que ya tenía lista su mochila.

Cela había abandonado poco tiempo antes su puesto oficial en el ministerio para malvivir en exclusiva de su pluma, tanto de los derechos de autor de sus libros, como de sus colaboraciones periodísticas y de sus conferencias. Esto último fue precisamente el motivo que lo había traído a Pontevedra.

Tras una aplaudida charla sobre su peculiar manera de entender el arte de hacer una novela, el escritor se sintió indispuesto al día siguiente. Eso dijo al menos y eso provocó una imprevista prolongación de su estancia en Pontevedra a cuerpo de rey por cuenta de la organización de aquel ciclo literario. Sabino Torres, que es el único superviviente de esta curiosa historia, asegura que Cela tenía de enfermo lo mismo que él tenía de cura en sus buenos tiempos. O sea nada de nada.

Lo más probable es que Cela pasase por uno de sus habituales enfados con su esposa, Rosario Conde Picabea, y decidiese poner tierra de por medio con su piso familiar en la madrileña calle Ríos Rosas 54 durante unos cuantos días.

El novelista no sobrellevó mal su enfermedad o lo que fuera, cómodamente instalado en la mejor habitación del Hotel Engracia, que también era el alojamiento más reputado de la ciudad aunque había perdido su esplendor de principios de siglo.

Hasta su cuarto iban a verlo a diario y hacían tertulia en torno a su cama el citado Sabino Torres, Celso Emilio Ferreiro, y alguna vez también Agustín Portela. Allí empezaron a convencerlo sus amigos pontevedreses de que podía ser el director ideal del periódico que estaba tramando el gobernador civil, Luís Ponce de León y Cabello, para que Pontevedra dejara de ser la única capital de provincia de España sin un diario propio.

A Camilo José Cela le sonó bien aquella música y no le disgustó nada aquella idea de echar raíces en Pontevedra. Todo lo contrario. Entonces Madrid le agobiaba un poco más cada día. Sobre todo, tenía claro que la bohemia del Café Gijón era totalmente incompatible con el sosiego que necesitaba para escribir en paz. Día a día en aquella tertulia improvisada pergeñaron enseguida su gran proyecto periodístico.

Cela puso dos condiciones sine qua non para aceptar la propuesta: primero, que Celso Emilio y Sabino echarían sobre sus espaldas todo el peso del periódico, aquél en la parte literaria y éste en la parte técnica; y segundo, que tendrían que encontrarle una casa adecuada, tranquila, amplia y confortable en las afueras de la ciudad, donde instalarse con su familia para exprimir al máximo su vena creativa.

Ambos contertulios concluyeron que tales demandas no resultaban imposibles. Incluso lo de asumir el mando efectivo del diario le sonó a gloria y estimuló sus egos respectivos.

Celso Emilio Ferreiro tenía un segundo empleo como redactor jefe de Ciudad, el semanario del padre de Sabino, y éste acababa de regresar de la mili y ejercía como director sui géneris. Ferreiro deseaba abandonar su puesto de mando en la Fiscalía de Tasas de Pontevedra con la misma intensidad que Cela quería irse de Madrid. Uno y otro, por tanto, no iban de farol en aquel proyecto. De hecho ambos harían lo propio más tarde en cuanto pudieron: éste buscó su inspiración en Mallorca y aquél cambió de trabajo y se afincó en Vigo.

Todo se vino abajo cuando Cela habló con el gobernador civil, Luís Ponce de León, el muñidor del proyecto en la esfera oficial, y se dio cuenta de que se trataba de un castillo en el aire. En pocas palabras, mucho ruido y pocas nueces.

Sin estructura

Particularmente parece que la dirección del periódico tenía varios novios, aunque el preboste no soltó prenda sobre sus identidades concretas. El escritor vislumbró con buen tino que la estructura y cimentación de una empresa periodística con todos sus ingredientes, rotativa incluida, brillaba por su ausencia. No había tal. Así falló éste y otros proyectos que le sucedieron en los años siguientes.

El afamado escritor comprendió que aquel periódico era una quimera y emprendió su vuelta a Madrid ya recuperado, sin rencores ni reproches. Al contrario, Cela volvió a Pontevedra cuantas veces pudo o fue invitado, y mantuvo una estrecha amistad con Celso Emilio y Sabino, a quienes ayudó mucho dos años más tarde con el lanzamiento de su colección de poesía Benito Soto.