El pasado lunes empezó una nueva etapa política e institucional en España, una nueva etapa en nuestra democracia, originada por la renuncia de D. Juan Carlos I a la Jefatura del Estado.

Aún siendo un momento crucial y decisivo para el futuro, no deberíamos verlo con debilidad sino todo lo contrario. Porque cuando un hecho similar sucede en países monárquicos de larga tradición democrática adjetivos como renovación, ejemplo, valentía, son utilizados con normalidad. Y la normalidad con la que apelamos en otros escenarios, deberían ser aplicados en nuestro país.

Llegado este momento, son también normales las valoraciones, los balances. No todo fueron luces, también hubo sombras, pero creo que hay un sentimiento unánime reflejado en una de las frases que más hemos leído y oído en las últimas horas que es la contribución del Rey al éxito de la transición española de la dictadura a la democracia. Es posible que las nuevas generaciones tengan poca conciencia de estos años y desconozcan lo que significa una monarquía constitucional y representativa. Pero su legado es más amplio, y les será más fácil de comprender si hablamos de su contribución a la estabilidad política, de ser el primer embajador de España y de tener siempre la democracia como bandera.

Los que hemos tenido el honor de conocerle un poco, podemos afirmar que es una persona muy campechana y que su forma de ser y de ejercer nos facilitaba mucho el trabajo. No faltaba una llamada ante problemas del país o de los ciudadanos, un seguimiento puntual hasta que la situación se normalizaba, llegando a veces a querer profundizar en los más mínimos detalles, como buen conocedor del mundo agroalimentario. Pero también estaba su ofrecimiento y colaboración cuando consideraba que su apoyo podía acelerar una resolución favorable. Sus despachos eran intensos pero cordiales. Y en el regreso de viajes oficiales, era habitual ver cómo se despojaba de su chaqueta y corbata para ponerse a los mandos del helicóptero, previa a una pseudo autorización que requería de los que le acompañábamos.

Se harán muchas conjeturas del porqué decidió comunicarlo ahora y no antes o después, pero lo que sí sabemos es que no fue una decisión improvisada, sino meditada y medida en función de lo que la sociedad española actual demanda. En su discurso hizo alusión al corazón, pero sin duda alguna en los últimos meses, estoy convencida, jugó con la razón y el corazón antes de señalar este hito histórico para España.

Y como gran marino que es, decidió dar un golpe de timón y marcar el inicio de otro rumbo cediendo el puesto de mando a su hijo, el Príncipe de Asturias, al que también tuve la oportunidad de conocer y percibir su formación y dedicación. Es ahora a él, precisamente, al que le toca iniciar una nueva singladura en la que deben prevalecer los principios de paz, justicia, igualdad, libertad y bienestar social.

*Exministra gallega de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino