Cuenta alguna información que, durante la noche electoral, el presidente del Gobierno se llevó un susto con los resultados (al ver la escasa ventaja de su partido con el PSOE). Y atribuyó parte de la culpa a los votos de Podemos (no detectados en las encuestas del PP), ya que muchos sufragios de la nueva formación de izquierda radical liderada por el politólogo Pablo Iglesias procederían de abstencionistas; de lo contrario, habrían ganado al PSOE por más distancia. Y, dentro de un año y medio, a remontar.

Algunos creen lo mismo que Rajoy (y que, cuando lleguen las elecciones legislativas, los votantes "volverán al redil" -especialmente, en el caso del PP). Pero las reacciones que ha desatado la abrupta aparición de un partido entre cuyos estrategas están admiradores de la revolución bolivariana venezolana (como Juan Carlos Monedero) o de la Bolivia de Evo Morales (como Íñigo Errejón, director de campaña), indican que Podemos no está con un 8% del voto porque a su cara visible se le den bien las tertulias.

Más allá de los riesgos y buenos deseos que llenan su programa (como proponer una jubilación a los 60 años, la reestructuración de la deuda o una renta mínima universal), Podemos ha sido capaz de canalizar el descontento de una importante franja de votantes (muchos de ellos, jóvenes), decepcionados con el bipartidismo (y, especialmente, con un PSOE obediente a la troika)? y que forman parte de aquellos que no tienen nada que perder, potencialmente numerosos si los efectos de la "recuperación" que pregona el Gobierno no se traducen en mejoras tangibles en uno o dos años. Ya puede afirmarse que es el segundo fenómeno generador de escalofríos (tras el riesgo independentista catalán) en los aledaños del sistema asentado tras la Transición.