A estas alturas de la "película" económica (en agosto se cumplirán siete años del estallido de las hipotecas basura estadounidenses), algunos expertos ya han apuntado cambios de calado en la estructura económica y laboral, significativos para España.

Por ejemplo, una burbuja inmobiliaria como la desarrollada entre 2003-2007 tiene un claro factor en contra: la demografía. Los jóvenes entre 15 y 30 años (potenciales compradores de primera vivienda) han disminuido un 20% desde 2005. Factores como éste, añadidos a cambios tecnológicos (desaparición de intermediarios con la entrada de Internet) y la imposición de devaluación salarial por parte de Alemania/BCE nos han introducido en una larga etapa de tipos bajos, frente a los que piden consumo y subidas de precios (que hagan menos pesado reducir nuestro endeudamiento).

Todo ello, acompañado de una reforma laboral cuyo objetivo ha sido facilitar el despido e introducir modalidades de contratación extendidas en otros países (como el trabajo a tiempo parcial). Esto conllevará que el aumento del consumo sea modesto y que amplias capas de la población deban volver al pluriempleo de los años 50 si quieren llegar a fin de mes. Lo que no evitará el crecimiento de la pobreza relativa (en España, la población encuadrada en ese grupo ha pasado del 23% al 28%), mientras se debaten iniciativas encaminadas a dotar de un subsidio permanente a determinados sectores que difícilmente volverán al mercado laboral.

Un mercado laboral cada vez más segmentado, en el que los que tienen más nivel de estudios y sueldo trabajarán más horas (invirtiendo los términos de la aristocracia ociosa de finales del XIX), mientras un grupo creciente malvivirá con trabajos de semanas o meses, alternados con períodos donde no los tendrán. La economía crecerá, sí, pero no se parecerá a Eurodisney.