El juez Elpidio José Silva, que por dos veces encarceló a Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid, tiene mejor fama en la calle que en el juzgado, a juzgar por lo que se ve en la vista y se oye a la audiencia. Parece que del lado de quienes lo juzgan está el sistema judicial y del de quienes lo defienden, el sistema justiciero. Lo justiciero tiene mucha literatura popular, de variada calidad, pero mucha más divulgación que el "Aranzadi", esa recopilación legislativa y jurisprudencial. Según el canon del relato, Silva es un justiciero, de castigador en cuya punición otros se sienten vengados.

Llaman la atención dos cosas. Por el lado Silva, la rapidez con que la justicia ha ido a juzgar a este juez, que ya ha sido condenado por los que tienen conocimientos jurídicos, sin que nadie haya mencionado lo del juicio paralelo que le están haciendo los profesionales de la cosa. Por el lado Blesa, la sospecha de que Silva tendrá, en proporción, más castigo y reparación que Blesa, a quien se acusa de engañar a miles de pequeños inversores con premeditación, alevosía y publicidad.

Si el juez Silva no está para juzgar, es bueno que se le retire pronto. Por una vez no podremos repetir que la justicia lenta no es justicia, argumento tan contradictorio, por cierto, con la reivindicación de la justicia universal, que llega tan tarde que Billy el Niño se ha hecho viejo. Ojalá se pudiera hacer lo mismo con los presidentes de los consejos de administración de los bancos, que ya se ve que no, que la carrera de los compañeros banqueros no tiene nada que ver con los compañeros de carrera judicial, y gana el que ni se queda atrás ni lo pillan.

Queda por resolver que la justicia, a base de funcionar, llegue a sofocar el ánimo justiciero que enciende la visión de tanta impunidad, prescripción e indulto, de tan poco castigo, tan escasa reparación y nula reintegración de los bienes. Ni pagan ni devuelven.