Artur Mas puede ir olvidándose de agotar la legislatura. Se lo ha advertido la Asamblea Nacional Catalana (ANC), que es quien guía verdaderamente el proceso soberanista. La amenaza es cristalina: si no hay consulta el próximo 9 de noviembre, Mas no llegará como presidente de la Generalitat a 2016, que es cuando teóricamente acaba su mandato.

Puede parecer una baladronada, pero no lo es, porque desde el arranque del desafío catalán (la Diada de 2012), el president siempre ha ido a remolque de la ANC y de su presidenta, Carme Forcadell. La capacidad de movilización que la assemblea demostró en aquella fecha, y no digamos en la multitudinaria "vía catalana" del último 11 de septiembre, ha forzado a Mas a metamorfosearse en independentista, lo que, lógicamente, no ha traído a CiU más que disgustos en las urnas y los sondeos y, en cambio, ha colmado de gozo a los separatistas con pedigrí: ERC.

Esquerra tiene a Mas en un puño desde que descubrió que podía gobernar el proceso soberanista sin moverse de los bancos de la oposición. Mas solo le ha arrancado los votos necesarios para aprobar los Presupuestos de 2014, pero, para lograrlos, antes tuvo que fijar fecha y preguntas para la consulta.

Visto así, parece evidente que a Mas le está devorando el proceso que ha patrocinado, y que la presión en la calle que promete seguir alentando la ANC, unida a la perversa dependencia que tiene de ERC, pueden acabar con su mandato si la consulta no se celebra. Además, su independentismo no es creíble, y cada vez que se muestra débil, Forcadell y Junqueras se le echan encima.

En lo que los tres -y también el PNV- están de acuerdo es en que Bruselas no va en serio cuando advierte de que catalanes y vascos dejarían de ser ciudadanos de la UE si también dejan de ser españoles. Pero así es: Bruselas quiere fuerzas centrípetas, no centrífugas. Aunque si España aceptara una confederación con el País Vasco y eso no alterara la integridad territorial del Estado resultante, supongo que le daría igual. Pero es lo mismo: Rajoy no tragaría.

Distinto es lo de Cataluña, que no habla -aún- de modificar la relación, sino de romperla. Es lo que deben hacer sus partidos para sostenerse: el enemigo de Madrid, el expolio, etc. ¿Y luego, ya conseguida, pongamos, la independencia? Pues nada: a consolidar la primacía de una clase dirigente, ahora ya solo catalana. Ésa es la permuta.