Muchos lo intentan, pero el secreto es de muy pocos. García Márquez modelizó la escritura que connota metáforas globales en el interior de las palabras. La belleza y el magnetismo de éstas es tan solo una parte de la plétora, poética más que semántica, de su modo fabulador. Las historias narradas multiplican su literalidad hasta el infinito en la imaginación lectora. Y cada lectura vuelve a multiplicarla sin posible final. Esta potestad es una categoría: la del origen, el advenimiento, el punto de partida. El contagio de Cien años de soledad fue innumerable, con resultados sobresalientes, estimables, o miméticos sin más. Pero el orbe hispanohablante volvió a celebrar el genio de la lengua, engendradora de vida artística, invencible.

Son colosales los bienes que Gabo nos ha legado. Y entre miles de pequeños favores de los que no fue consciente -o tal vez sí, de manera genérica- se cuenta el de haberme disuadido de escribir novela, un género que muchos anhelamos sin preguntarnos para qué, como si bastaran las historias en sí mismas o cualquier historia fuese novelable sin el aval del talento. Otros han hecho muy bien en lanzarse, porque si el arte y la literatura fuesen privativos del genio, habría muy poco que ver y leer.

No he tenido el privilegio de conocerle personalmente, ni siquiera verle de lejos. Pero a la deuda con su obra añado la de mis más intensos años de lector, extendidos a todos los estilos narrativos, afines o distantes. Y también una gratificante relectura del Quijote, con la experiencia de la vida y de la gente que abre las puertas de la significación omnicomprensiva de las obras maestras. Otra cosa es que acertemos a franquearlas.

En todo caso, Macondo es inagotable: utopía y ucronía, o sus contrarios: aquello que existió siempre y en el interior de todos como doble oculto de la existencia, el mundo auténtico que respira en el sueño, su atmósfera ideal. Los artistas como Gabriel García Márquez tiran del carro de la especie, la explican y mejoran. Cuando ellos desaparecen, su arte ya es posteridad y, como tal, patrimonio común. El se ha ido después de estar yéndose largamente, tal vez con dolor. Pero si hay algo que desmiente la ausencia y redime de todo dolor es la reserva de emoción que nos transfieren con aquello que dejan para siempre. Macondo es mío y no hay palabras que describan esta posesión.