Lo que son las cosas: tantos años tomando como referencia el soberanismo quebequés, su empuje y determinación, sus dos consultas de independencia (las dos, por cierto, perdidas, aunque es verdad que la segunda, la de 1995, por menos de un punto), y ahora resulta que entre la provincia canadiense y Cataluña no hay similitudes, sino solo diferencias, grandes diferencias.

Ahora toca decir que Quebec es otro mundo, y verdaderamente lo es, porque allí, el pasado día 7, los independentistas sufrieron una debacle electoral sin paliativos: perdieron 24 diputados en el Parlamento autonómico y los federalistas se hicieron con una holgada mayoría absoluta. Por el contrario, de convocarse ahora elecciones en Cataluña es casi seguro que serían los soberanistas los que reunirían un número de escaños similar.

En Quebec, la opción secesionista decae; en Cataluña, vibra y concita cada vez más apoyos. ¿Por qué? Quizá porque sobre la provincia canadiense se cernía la convocatoria de un tercer referéndum de autodeterminación, algo que en Cataluña no es todavía más que un desiderátum.

La primera ministra saliente de Quebec, Pauline Marois, convocó elecciones año y medio después de llegar al cargo (Artur Mas esperó seis meses más) con el objetivo de conquistar una "mayoría excepcional" como la que el presidente catalán ambicionaba; pero no consiguió sino darse un batacazo y dimitió. Mas, sin embargo, prefirió dejarse atar de pies y manos por ERC para seguir sentado en la poltrona, aunque ciertamente a costa de llevar a CiU al borde de la implosión.

Quiere esto decir que, en efecto, los casos catalán y quebequés son muy diferentes, pero ya lo eran en 1995, cuando los independentistas francófonos sacaron el 49,6% de los votos y a CiU no se le ocurría ni por asomo plantear la posibilidad de convocar una consulta soberanista (eran otros tiempos: había dinero).

Tres años después, el Tribunal Supremo canadiense falló que Quebec no tiene derecho a declarar unilateralmente la independencia, aunque, en caso de ganar un referéndum, las autoridades federales tendrían que negociar con las quebequesas el futuro de la provincia. Y es que en Canadá no hay un artículo 2 tan contundente como el de la Constitución de 1978, que consagra la "indisoluble unidad de la nación española".

Pero quizá la principal diferencia entre Quebec y Cataluña sea que allí ya se han dado cuenta de que la independencia no es la mejor opción. Así parece demostrarlo el hecho de que los quebequeses hayan votado masivamente a favor de seguir formando parte del Estado federal canadiense. Claro que Mas y Junqueras siempre pueden aducir que a tal convicción solo se llega votando, y haya o no haya consulta el próximo 9 de noviembre, parece claro que en las próximas elecciones catalanas no triunfarán los defensores del Estado autonómico.

¿Qué hacer entonces? ¿Reformar la Constitución? Eso quiere el PSOE. En cambio, Duran aboga por introducir una disposición adicional que reconozca la "singularidad de Cataluña; que "blinde" sus competencias, añade el "padre" de la Carta Magna Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Pero nunca la independencia, porque el marco constitucional la impide y además significaría, pese a lo que Mas diga, que Cataluña dejaría de ser territorio de la UE.

Y seguramente también de la ONU, que, desde su creación en 1945, no ha admitido a ningún nuevo Estado con la oposición del Estado del que el primero se había desgajado. Bueno, solo si era una antigua colonia oprimida; pero ese, me da en la nariz, no es el caso de Cataluña.