Históricamente, la Semana Santa casi siempre, por no afirmar que siempre, tuvo en Pontevedra una brillantez menor que el Corpus Christi, sobre todo en cuanto a la organización y salida de sus cortejos procesionales.

La popular Chucurruchú brilló con luz propia dentro de las procesiones del Corpus, más numerosas y arraigadas que los desfiles de Semana Santa en Pontevedra

En algunas épocas, cuando en Semana Santa solo salía la procesión del Viernes Santo, la Comisión de Festejos del Ayuntamiento se volcaba con la programación del Corpus, que no solo incluía esa procesión sino también la Octava de San Bartolomé, la Octava de Santa María y la procesión del Sagrado Corazón. El arraigo de estos desfiles era enorme y nadie se los perdía.

El Corpus de 1925 pasó a la historia de esta ciudad como el del año en que se recuperó la Octava de Santa María, es decir la procesión conocida con el sobrenombre del Chucurruchú. La cofradía del Corpo Santo se había refundado el año anterior con ese propósito especial.

"La Sacramental de Santa María, la Grande, la parroquia pontevedresa de las tradiciones, revistió ayer una solemnidad como no se recuerda en este pueblo. A ello contribuyeron el celo de su digno párroco, el señor Villanueva, el Gremio de Mareantes y la Cofradía del Corpo Santo, que se propusieron restablecer en esa iglesia todas aquellas tradiciones que constituyeron el encanto de nuestros ancestrales, y causan hoy nuestra admiración".

Así comenzaba una crónica sobre aquel histórico Chucurruchú que salió a la calle el 18 de junio de 1925. A partir de las once de la mañana recorrió por espacio de dos horas las estrechas y típicas calles de su entorno más cercano: Amargura, Real, Arzobispo Malvar, Maceda y Campillo, con salida y llegada a la iglesia de Santa María por Isabel II.

Una descripción precisa del cortejo religioso, que luego se mantuvo casi inalterable en los años siguientes, resulta hoy imprescindible para imaginar su gran empaque:

Los gigantes y cabezudos abrían la procesión seguidos por una escuadra de batidores del regimiento de Artillería y la banda de trompetas del 15 Ligero. A continuación todos los santos de las dos parroquias pontevedresas: San Telmo, San Roque, Santa Bárbata, Santa Lucía? con grupos de gaitas para marcar bien el paso de su peculiar acompañamiento.

Un miembro del Gremio de Mareantes portó la insignia de Teucro, fundador del arrabal, en tanto que el doctor Enrique Marescot, en su condición de vicario de la cofradía, condujo el cetro del Santísimo, acompañado a cada lado por el escribano, Antonio Iglesias Vilarelle y por el procurador, Ángel Míguez, con sus respectivas hachas encendidas. Marescot causó admiración a su paso puesto que por vez primera en su historia secular la insignia no era portada por un mareante.

La artística custodia del Gremio de Mareantes fue conducida a hombros por cuatro sacerdotes escoltados por seis números y un cabo de la Marina. A su lado marcharon también treinta y dos marineros con remos, quienes en cada parada formaron pabellones para enmarcar el paso del Santísimo.

Marineros de A Mourerira condujeron el palio y delante figuró el párroco de San Bartolomé revestido con una capa fluvial y acompañado por dos asistentes de dalmática. A continuación desfiló la corporación municipal bajo mazas, con el alcalde Mariano Hinojal al frente, acompañado del comandante de Marina, José Blein, como invitado especial. Y cerraron la procesión fuerzas del Polígono Jaime Janer de Marín, por deferencia de su máximo responsable, Salvador Moreno.

Las crónicas periodísticas destacaron las paradas especiales del cortejo procesional ante las casas de los señores Cea Navarro y Antúnez, primorosamente decoradas para tan señalada ocasión. Y antes de recogerse, Mercadillo y Torres acompañados por una pequeña orquesta cantaron villancicos en el campillo de Santa María.

La celebración de la Octava de Santa María no hizo más que crecer en brillantez durante los años siguientes, hasta el advenimiento de la República. A principios de los años treinta, el laicismo sino el anticlericalismo que irrumpieron en la sociedad pontevedresa causaron la desaparición de esta procesión por falta de apoyo institucional.

Tras la Guerra Civil retornaron con fuerza las celebraciones religiosas en toda España, pero la Octava de Santa María ya no fue igual que antaño. Luego nada menos que Juan XXIII, el pontífice que bendijo la declaración de Santa María como basílica menor en 1962, fue quien dos años antes suprimió de un plumazo la Octava del Corpus en medio de aquel vendaval que sacudió la iglesia católica.

El 17 de julio de 1924 se puso en el barrio de A Moureira la primera piedra para refundar la histórica cofradía del Corpo Santo con la finalidad de recuperar el esplendor procesional ligado a la parroquia de Santa María. Como no podía ser menos, el Gremio de Mareantes estuvo detrás de aquella iniciativa y se convirtió luego en su principal sostén.

El presidente del gremio y el párroco de la iglesia presidieron al alimón la reunión fundacional donde se sentaron las bases para su puesta en marcha. La primera junta directiva mantuvo la nomenclatura antigua en sus principales cargos que se repartieron entre los cofrades de cámara del gremio y los cofrades comunes de la parroquia.

El mítico Ricardo Martínez Ogando resultó elegido como decano, máxima autoridad dentro de la nueva cofradía, por su condición de mareante más caracterizado. Y para los cargos de vicarios, mayordomos y veedores se estableció una bicefalia que equilibraba el peso interno de los representantes de ambas instituciones. Pontevedreses tan conocidos como Marescot Iglesias, Pintos Fonseca, Filgueira Valverde, Álvarez Limeses o Iglesias Vilarelle estuvieron en aquella junta.

Puestos a recuperar la Octava de Santa María en su tradición más genuina, la procesión que salió de nuevo en 1925 se prolongó tras su recogimiento con la escenificación de la Despedida en la avenida de Santa María.

Esta ceremonia teatral reflejaba la fraternal hermandad y cortés relación entre las agrupaciones gremiales. Sus santos patronos se reverenciaban mutuamente con toda solemnidad a la hora de decirse adiós y citarse al mismo tiempo el año siguiente.

El ritual para una ocasión tan señalada se llevó a cabo bajo la dirección de Paz Vidal, presidente del gremio de San Juan, al compás de los sones interpretados por varios grupos de gaitas y la banda militar.

Los patronos de los marineros y carpinteros de ribera, respectivamente, San Juan y San Miguel, se reverenciaron mutuamente ante la Virgen Blanca y San Mauro, que presidieron el acto. Y Santa Lucía, por la parroquia de San Bartolomé, y San Telmo por la parroquia de Santa María, actuaron como testigos.

Aquella ceremonia de la Despedida revistió una gran brillantez y dejó un grato recuerdo. Sin embargo, no volvió a repetirse más en los años siguientes por causas no explicitadas.