Imagínese usted que un familiar se abandona completamente. Deja de hacer ejercicio y come y bebe lo que no se puede contar. No hace caso de los consejos y, al cabo de cinco años, la báscula le informa de que ha llegado a los 140 kilos, a una media de 10 kilos de grasa acumulados al año. Insoportable para sus 175 centímetros de estatura. El médico le informa de que su salud está muy mal, de que sus análisis muestran desequilibrios peligrosos, de que su sistema circulatorio y su corazón están estresados. Y decide comenzar a adelgazar. Dieta y ejercicio moderado. Al cabo de un mes, ha bajado hasta los 138 kilos. ¿Cómo evalúa usted su situación?

Es cierto que existe un punto de inflexión, que se va por el buen camino, que el cambio de hábitos y la pérdida de dos kilos invitan al optimismo. Pero su familiar sigue estando obeso y su salud en peligro. La mejora y el optimismo son compatibles con la gordura extrema y el riesgo vital. A ritmo de 2 kilos al mes, le falta perseverar en su esfuerzo al menos 4 años para retornar a un peso razonable para su altura. Salvo que acelere el ritmo.

La descripción anterior sirve para entender y contextualizar los mensajes positivos sobre la economía gallega y la española. No se está engañando a nadie cuando se dice que la recuperación se está consolidando, que existen datos favorables, que las cosas están mejorando. Pero eso es compatible con que siga existiendo mucho malestar económico, pobreza y desesperación. Porque el punto de partida es tan malo que tardaremos mucho en normalizar la economía.

Por tanto, es fundamental clarificar los diagnósticos y explicar las cosas bien. Y es básico que todos los niveles de gobierno hagan un sobreesfuerzo en dar cobertura a las situaciones de exclusión social y pobreza. Eso cuesta dinero, sí. Pero es urgente. La reforma fiscal en definición debe ser capaz de generar más recursos para hacer compatible la cobertura de necesidades sociales y el obligado ajuste fiscal.

*Director de GEN (Universidade de Vigo) @SantiagoLagoP