No vale decir que se trata de un informe de expertos y ya está. Hubo un tiempo en que Iñaki Urdangarín era un reputado experto y se le pagaba los informes a precio de experto o de gilipollas, entendiendo por esto último al que se lo pagaba, lo que incluye a empresas privadas poco dadas a pagar bien. Cuando salieron a la luz los informes y se informó de su precio se reprochaba que los informes fueran cortos, como si de haber sido largos hubieran sido mejores.

Cualquiera puede conseguir un informe de expertos. Basta con que salga al mercado y se compre los expertos que más le gustan o, en el peor de los casos, pregunte al tendero cuáles son los más frescos. Los más frescos son los que te hacen un dictamen a tu gusto, sin importarles que sea algo o su contrario. Los expertos cuando te hacen un informe no te dan una opinión o una orientación, te dictaminan, que es lo mismo que dar una opinión, pero suena más mecanografiado y mejor encuadernado que un «pues, oye, mira, yo que tú», aunque sea lo mismo. Si los informes son de letras, importa mucho la calidad de los tribunales internacionales que se citen. Si son de números, la legibilidad de los gráficos y hacerlos con una buena impresora de color.

Por una mala traducción del francés o por meter más miedo, a los expertos _-sobre todo si vienen en comité- a veces se les llama sabios. Ante alguien a quien llamen sabio hay quienes babean y quienes se ponen de uñas. No puedes llamar sabio a cualquiera. La sabiduría es el grado más alto de conocimiento, pero incluye una conducta prudente en la vida o en los negocios. El experto es sólo práctico, hábil y experimentado. El experto puede ser un hijo de puta, pero esa calidad (baja) le quitaría el calificativo de sabio al que lo mostrara. Ejemplo de gusto casi unánime: los nazis fueron expertos en el exterminio. No se reconoce a un solo sabio entre ellos.