El pasado 8 de abril se celebró en el Congreso de los Diputados el pleno para la toma en consideración de la proposición del Parlamento de Cataluña, orgánica de delegación en la Generalidad de Cataluña de la competencia para autorizar, convocar y celebrar un referéndum sobre el futuro político de Cataluña. Llevar muchos años en Cataluña me ha sensibilizado particularmente con estos temas. Me va la vida, en el sentido más pleno del término. Mi condición de canario, que curiosamente ejerzo más en Cataluña que en Madrid, reduplica mi sensibilidad. Mi vida es un triángulo inmenso que tiene por vértices Canarias, Madrid y Cataluña. Un triángulo de afecto pero también de preocupación.

En los últimos años, en Cataluña se está transitando, a una velocidad increíble, desde la razón al fanatismo. A mi alrededor, en cualquier ámbito, se ha pasado del "problema" catalán a la "solución" secesionista y ésta, además, adornada con todos los beneficios. La sinrazón e, incluso, la estupidez, elevadas al altar de las soluciones mágicas que harán de Cataluña rica y próspera.

Sí, la locura, es la locura. Así lo vivo, así lo siento. ¿Cómo es posible que personas cultas y ricas defiendan las ideas más simples hasta la idiocia? Las intervenciones de los dos representantes independentistas, Turull y Rovira, en la pasada sesión del Congreso de los Diputados, nos dan algunas de las claves. Por un lado, Cataluña es el pueblo catalán, la nación catalana, asociadas a palabras tales como democracia, progreso, tierra de acogida, integración, Historia, instituciones, Derecho y lengua propias?, Amor, mucho amor hacia "nuestra lengua, nuestro Derecho, nuestras instituciones, nuestra cultura y nuestro autogobierno". Y, por otro, el Estat, España, que soporta acusaciones como la responsabilidad de que "su autogobierno, su lengua, sus instituciones, avanzan hacia la residualidad"; "que el país se nos derrite en las manos, que no tenemos suficientes recursos, ni instrumentos, ni competencias, para poder ayudar a nuestros ciudadanos"; que "liquidó" el Estatut, que lo "decapitó" y, con ello, "decapitaron muchas esperanzas que habían de mejorar nuestro autogobierno".

Un Estado que quita y que amenaza, "nos quitan de las manos los pocos instrumentos y recursos que tenemos para poder ayudar a los ciudadanos", "vuelven aquellas amenazas sobre la inmersión lingüística, pilar fundamental de la cohesión social en nuestro país". Y continúa la retahíla de calificativos asignados al Estado. El conflicto entre Cataluña, el pueblo, la nación?, y el Estat opresor, represor y expoliador sólo se puede resolver "democráticamente", o sea, votando en un referéndum por la independencia porque "queremos un Estado que haga hombres y mujeres libres".

La simplicidad, incluso estúpida, de la imagen transmitida causa sonrojo entre aquéllos que mantienen cierto nivel de espíritu crítico. La España que ellos odian es la principal y única financiadora de la Generalitat. El pasado año 2013, el Fondo de Liquidez Autonómica, le prestó más de 10.000 millones de euros. Sin ese dinero, habría colapsado. La operación de "liquidación" del Estatut por parte del Tribunal Constitucional se tradujo en la anulación de 14 artículos, apartados o expresiones utilizadas en su articulado cuando el Estatut cuenta con 223 artículos, 15 disposiciones adicionales, y otras tantas transitorias, derogatorias y finales. El análisis cualitativo demostraría la falsedad de la acusación. El mejor retrato de la "amenaza" al catalán son los 370 millones de euros que, sin mayor problema o restricción, se ha gastado la Generalitat en el periodo 2010-2012 para fomentarlo. Según los datos oficiales, el 97,1% de la población adulta en Cataluña entiende el catalán, 84,3% sabe hablar en catalán y el 70,1% lo sabe escribir. Y podría seguir aportando datos.

Durante más de 30 años los gobiernos nacionalistas, con el silencio cómplice de los gobiernos de Madrid, han configurado a su antojo una realidad paralela: España nos roba, nos oprime e, incluso, nos coloniza. Cataluña es una colonia. Y como tal, con derecho a la autodeterminación. Como estas ideas estrafalarias no se aguantan, hay que idear un camino para la independencia, máxime cuando nunca se ha producido la secesión de una parte de un Estado democrático: es el de la doctrina Kosovo del Tribunal Internacional de Justicia. Éste en su dictamen de 22 de julio de 2010 reconoció la independencia unilateral de Kosovo. ¿Cuáles son las etapas del camino? (I) la declaración unilateral, (II) la reacción del Estado para imponer la legalidad interna, (III) el conflicto, incluso, violento, (IV) la intervención internacional, (V) la ruptura de la legalidad interna, (VI) la proclamación de la independencia, y (VII) el reconocimiento internacional. La intervención internacional es la clave. Y, en particular, la de la Unión Europea. Ésta sólo se produciría como reacción a un conflicto interno que desbordase los cauces ordinarios. El plan aprobado por la autodenominada Asamblea Nacional de Catalunya va en la dirección expuesta. Es imprescindible demostrar que España no es un Estado democrático. Y como no lo es, las naciones oprimidas se pueden independizar. La democracia sólo está del lado de Cataluña, de ahí su insistencia.

Ni siquiera reconocen que España tiene unas normas constitucionales que establecen taxativamente que sólo el conjunto del pueblo español, titular de la soberanía, es el único que puede decidir sobre la segregación de una parte del territorio nacional. Para sortear este obstáculo, se inventan el referéndum consultivo: consultar a los catalanes si quieren seguir siendo españoles. ¿Qué sucedería si dicen que no? ¿El pueblo español, el único que puede reformar la Constitución, sería realmente libre para reformarla o debería limitarse a aceptar lo decidido por aquéllos? ¿El referéndum sería realmente consultivo o su resultado vinculante para todos los españoles? Seamos sensatos.

La consulta no tiene sentido cuando los efectos de la misma comprometen o vinculan al pueblo español. Esto significaría que a la parte, al pueblo catalán, se le estaría reconociendo el poder para decidir sobre el todo, porque el pueblo español sólo podría aceptar lo que aquél decidiese. Una sandez más. La enésima de las muchas que veremos en este camino hacia Kosovo, hacia la nada. Y, en este camino vale todo, no sólo la mentira sino la estupidez. El fanatismo es una medicina mágica que convierte a ésta en la quintaesencia de la razón.

*Catedrático de Derecho administrativo