Greguería inicial: "Si ha caído el rayo, el aviso del trueno sobra".

Gran error de los adversarios del presidente del Gobierno al despreciarle. Minusvalorar al rival equivale de antemano a la derrota. La historia está llena de fracasos de soberbia. Sabia agudeza la del ramonismo. La caterva de casa y la horda de fuera truenan cuando Rajoy, rayo, ya emitió el fogonazo. Llegan tarde. Ciegos por su simpleza.

Al día siguiente del debate sobre Cataluña, Rubalcaba caminaba por los pasillos del Congreso. Meditabundo. Extremó el cuidado por diferenciarse. Meditó largo el discurso. En vano. La opinión pública resaltó sus coincidencias con el popular. De la intervención del socialista salió beneficiado el Presidente. Horas después el mismísimo Bárcenas centraba un balón desde la banda de Ruz. Declaró L. B. al juez que tenía la llave de la caja del dinero. De frente. Por primera vez. Con nombre y apellidos. Francisco Álvarez-Cascos se la confió. Nadie deja por ahí a cualquiera las llaves de casa y de la caja. Salvo a alguien de la familia. El PP remató a placer: Cascos milita en otro partido y Bárcenas apunta a dirigentes de la época de AP, ninguno de los actuales, repicaban sus voceros. Quién iba a creer al principio de Gürtel, la financiación irregular y los sobresueldos que el PP y su extesorero acabarían disparando sobre el mismo blanco.

¿Milagros marianos o episodios sibilinos de taimado ajedrecista de la política? Demasiada reincidencia para considerarla el resultado de la casual intervención divina.

Rajoy practica el abrazo del oso sin abrazar. Acecha igual que una mantis religiosa sin acechar. Manda sin mandar. Rescata sin rescatar. Y nombra sin nombrar. Toda España sabía el destino político de Arias Cañete. Hace meses. Los mismos que la oposición arremetió contra el líder del PP por no designar candidato. Lo nombra, y fin del debate. Al PSOE, con tanta soflama previa sobre la nada, la fuerza se le escapó por la boca. Rajoy preservó a su hombre. Nadie le dedicó una mala palabra.

¿Simpleza? Más bien intuitivo dominio de los ciclos. Hay que tener una personalidad llena de matices complejos y recovecos enigmáticos para pasar en un santiamén de apestado de Merkel a su gran aliado en el reparto de sillones europeos. Tan poco esperan del Presidente los conspiradores interiores y forasteros que van a acabar consiguiendo que cabalgue sin dificultad por delante de las expectativas que despierta.

Adolfo Suárez fue un seductor de personas. Felipe González, el conquistador de masas por excelencia. Aznar dominó las virtudes de la competencia. El enfrentamiento. La contienda. La rivalidad. La propia y la de los próximos. Pero, como asegura el sociólogo José Luis Álvarez en su libro sobre los jefes del Ejecutivo español, nadie como Rajoy maneja los resortes de poder. El control. El dominio. La jurisdicción. Ejerce en la Moncloa como en el registro de la propiedad. Con la asepsia de un burócrata inscribiendo bienes. Con esa misteriosa fortaleza que da tramitar con exquisita pulcritud los papeles. Sin prisas. Cada uno a su tiempo. El anodino triunfo de lo previsible. La normalidad.

Greguería final: "El genio es toda la paciencia y toda la impaciencia reunidas".