Conceptos que definen actitudes encomiables, conceptos merecedores de culto y que, sin embargo, con indeseada frecuencia son vituperados y objeto de escarnio. Entre estos loables conceptos brilla con luz propia el civismo, que atañe a la buena educación, al respeto al prójimo, a la naturaleza y a los bienes comunes. Desgraciadamente y con bastante reiteración se nos muestra el reverso de la moneda dando paso a un incivismo incomprensible e inaceptable, que ofende nuestra racionalidad y nos deshumaniza, motivado por la búsqueda de un inmoral lucro; o simplemente por un gamberro afán destructivo en el que, absurdamente, parece ser se encuentra un gozo animal.

Vigo, orgulloso de su bien ganado lema de fiel, leal, valerosa y siempre benéfica ciudad, acaba de ver el contrapunto en forma de incívico ataque -no es el primero- con el vertido de tóxicas sustancias químicas en el río Lagares, arrasando su fauna, apilada en montones de peces muertos en su desembocadura en Samil. Letal incivismo que ofrece un penoso espectáculo y más penoso aún que sus autores compartan nuestra ciudadanía.

Si como parece probable -aunque no se haya demostrado- que se trata de vertidos industriales para ahorrar el coste de los medios adecuados a tal fin, el lucro es evidentemente inmoral y constitutivo de un delito que no puede quedar impune, por lo que el civismo de una inmensa mayoría debe colaborar para esclarecer tan tribal atentado, denunciando sin titubeos cualquier pista que pueda conducir a desenmascarar a los responsables. Luego que la ley se aplique con el máximo rigor posible.

Igualmente detestable si es consecuencia de una irreflexiva gamberrada, pero precisamente por irreflexiva tal vez pudiera considerarse un punto menos injuriosa, aplicando el atenuante de lo absurdo que a veces es nuestro comportamiento.

Sin pretender minimizar la culpa y responsabilidad de una peligrosa gamberrada, me permito matizar la gravedad de dos posibilidades para el salvaje atentado contra la naturaleza. Y, por supuesto, si la agresión busca un lucro reflexivamente planeado, traicionando y vulnerando los más elementales principios cívicos, sus autores se hacen acreedores a una ejemplar sanción, disuasorias de similares tentaciones futuras. No se trata de aplicar la ley del Talión, que equivaldría a hacerles beber el agua por ellos contaminada, sino de que la reglamentación jurídica, que dispone de suficientes y adecuados recursos, los aplique con toda severidad.

Quizás el otro tribunal, el de su conciencia, dicte sentencia recordándoles la ignominia de vulnerar las obligaciones de convivencia comunitaria, mediante actitudes y hábitos que presidan un comportamiento social y respetuoso con todo lo que nos rodea. Personalmente y a riesgo de envilecer mi propio civismo, no les deseo felices sueños, porque el ejercicio de dormir ya lo han ejecutado de forma definitiva con la fauna del Lagares. Sin duda, letal incivismo.