La realidad nunca volvió a estar tan bien explicada como en el viejo anuncio de los Chimos, en el que se creía aprender conceptos de astrofísica y en cuyo recuerdo -inolvidable por una canción mucho más pegadiza que el caramelo que anunciaba- veo ahora lecturas de economía liberal y de sociedad posmoderna y, los días tristes, de vacío existencial. Nunca la publicidad fue tan poética y menos funcional que cuando consagró los versos sobre las pequeñas rosquillas de caramelo: "Chimos es / es un agujero, / rodeado de buen caramelo, / cinco gustos, / cinco diferentes, / Chimos gusta a un montón de gente".

¿Qué se compraba en aquellos años ochenta, agujero o caramelo? Los fabricantes vendían el agujero antes que el caramelo. En aquellos caramelos que se disolvían en la boca, el agujero y el caramelo eran indisolubles. Si lo comprabas por el agujero para llegar a él te debías tragar el caramelo. Eso ya era una enseñanza en la primera manga de la vida. Empezabas por el agujero metiendo bien la punta de la lengua, que siempre acababa con sabor a caramelo, a cualquiera de los cinco sabores -naranja, mora, limón, fresa y piña- o más concretamente a los cinco colores -naranja, morado, amarillo, rosa y verde- porque el agujero, no, pero el caramelo sabía más a color que a sabor.

Ahora sabemos que en los Chimos comprábamos una metáfora de la vida, que desde los tiempos del consumo se cuenta como un caramelo de distintos sabores. Desde los tiempos de la crisis financiera se ve que los que se han comido el caramelo nos venden el agujero. Desde mi edad presente me queda más agujero que caramelo. ¡Cuántos conocimientos inútiles nos distrajeron de la verdad revelada de los Chimos! Pero cada día tiene su afán. Cuando la prioridad era comerse un rosco, el Donuts, cuyo agujero sabía a rosquilla empalagosa, era más grande y contenía la misma verdad.