Hollande designa primer ministro a Valls, y éste le propone para el Gobierno a Ségolène Royal, exesposa de aquel. Sorpresa de Hollande. Valls lo trata de explicar: entiéndalo, presidente, aparte su valía tenemos que coser un roto, la gente le perdonó que cambiara a Ségolène por Trierweiler, pero ya es más duro que le perdone su affaire con Gayet. Pero bueno, replica Hollande, ¿no es Francia la patria de la tolerancia?, ¿qué tienen que ver el poder y los asuntos personales? Nada y todo, presidente, responde Valls, pero el poder en Francia es el Olimpo, y ya sabe qué ocurría allí. Aún no sabemos cuántos votos nos han costado sus tardes con Gayet. El votante varón le envidia en secreto (perdone, es usted bajito y poco agraciado) y por tanto le detesta; en cuanto a las mujeres, le odian todas. De acuerdo -se rinde Hollande- pero que vuelva sólo a la mesa del Consejo, no me pida más.