La cumbre nuclear de Holanda, a la que asistieron 53 líderes mundiales, solo fue servida por camareros varones. Se pidió a la empresa de catering "uniformidad" y esta optó por un uniforme y un solo sexo para los camareros que habían de servir a los mandatarios y mandatarias como un solo hombre. ¡Ar!

Después de hacer esta elección y selección, ninguna explicación fue buena, ninguna hipótesis razonable. Les faltó valor para explicar que una cumbre nuclear es doblemente cumbre y está erizada de ojivas nucleares, de prolongaciones bélicas del falo violador (con el que no haces el amor, sino la guerra) y en una comida de guerreros hay tal cantidad de testosterona ambiente que puede impeler a la misma Angela Merkel a lanzarse a por las camareras o a Helle Thorning-Schmidt a hacerse un "selfie" orgiástico. La guerra es así, señora, y se nombra a las dignatarias porque a los caballeros se les supone y porque todos los hombres son iguales. La guerra, vista desde la paz, siempre fue sexualmente ambigua pero, vista desde la guerra, no lo es nada porque el que no duda mata mejor y el que duda muere antes.

Como todo error nos hace hablar de más -porque un error solo puede ser justificado erróneamente- la empresa explicó que el personal "debía pasar desapercibido; y si añades tres rubias platino a un grupo de veinte hombres, la imagen que queremos dar se estropea". La reducción de todas las mujeres a rubia platino es racista para todos los colores de pelo y de piel que pueda tener una mujer; la exclusión de las rubias platino por el mero hecho de serlo es inaceptable y la patronal de fabricantes de tintes para el cabello debería expresar en un comunicado el daño hecho a esa industria por una declaración desafortunada, machista y tan contraria a la diversidad como lo es la uniformidad, que es lo que les habían pedido y es lo que no se puede pedir desde los valores actuales.