La superficie de la economía es el asfalto, como la de la salud es el cutis. Cuando el dinero fluye a las arcas privadas suele hacerlo a las públicas, y el asfalto de calles, plazas y carreteras se renueva, pinta y señala. Por lo mismo, en las crisis lo primero que se resiente es el asfalto, con la penosa secuela de que la gente, al mirarse en el espejo del pavimento y verlo descuidado, ajado y agrietado, internaliza ese paisaje, con lo que su estado de ánimo se deprime más y alimenta la crisis. En España no nos creeremos que la crisis remite hasta que nos lo diga el asfalto. Mientras la piel urbana y viaria de la sociedad siga en ese estado, cuarteada, erosionada, descarnada y con blandones, o a lo sumo con algún remiendo, lo que el paisaje o el espejo nos seguirá contando es que pese a las buenas palabras seguimos hundidos en la crisis. Curioso, que los gobernantes no se enteren.