Creo que tiene toda la razón el profesor alemán de origen coreano Byung-Chul Han, que enseña en la Universidad de las Artes berlinesa, cuando en un ensayo titulado "En el panóptico digital" rechaza el que pudiese hablarse de Orwell a propósito de lo que hoy sucede a escala global.

Para Han, autor de un libro sobre los nuevos medios (Im Schwarm, Ansichten des Digitalen", Ec. Matthes & Seitz), el Estado orwelliano, que muchas veces se ha utilizado como metáfora para describir el universo digital, tiene poco que ver con este último..

El universo orwelliano, con su poder centralizado, sus cámaras de observación, similares, es cierto, a las de circuito cerrado de televisión que hay hoy en los rincones de muchas ciudades, y sus cámaras de tortura para castigar cualquier disidencia, difiere grandemente del "panóptico digital", basado en Internet, los teléfonos inteligentes y las gafas anunciadas por Google.

Las condiciones en que se produce esa hipervigilancia, facilitada por nuestra colaboración con las redes sociales, no son las que se dan en la distopía orwelliana con su Estado-partido totalitario.

Aquí se trata no tanto de obligar o de prohibir determinados comportamientos cuanto de anticiparse a ellos, de seducir a los individuos, de prever y condicionar sus comportamientos en beneficio de la única razón que hoy cuenta: la "razón comercial".

Como escribe Han en su lúcido ensayo para "Der Spiegel", "la técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitiva o represiva, sino seductora". No se trata de que un "ordeno y mando".

El sujeto, si es que se le puede todavía llamar así, se somete voluntaria y gustosamente mientras consume y comunica, mientras da al botón que dice "me gusta".

El poder recurre al halago del "ego" en lugar de a la represión o a la disciplina. Lejos de querer silenciar al individuo, le alienta a comunicar constantemente, a revelarlo todo sobre su persona, sus gustos y sus anhelos, para poder luego explotarlo todo ello comercialmente.

Nada pues más lejos, al menos por lo que se refiere a las técnicas empleadas, del Estado-partido, de la arquitectura disciplinaria de que habla Orwell en su novela "1984", en el que las confesiones se arrancan mediante la tortura.

Aquí no hace falta reeducación de los disidentes. Todo ocurre voluntariamente y de forma mucho más sutil: el teléfono sustituye con indudable ventaja a la cámara de torturas.

Y esa cuasi invisibilidad de los mecanismos de control, de las nuevas tecnologías digitales, está en la base de su eficacia.

Una eficacia mucho mayor que la del burocrático universo orwelliano: el individuo sigue creyéndose libre cuando está constantemente vigilado y condicionado.

No en vano, en la Agencia Nacional de Seguridad, que vigila todas nuestras conversaciones, según ha revelado Edward Snowden, a los usuarios de teléfonos móviles los llaman "zombies".