De acuerdo con la documentación actual y una vez descartadas referencias anteriores contradictorias y embrolladas, Arnau de Vilanova (en catalán y provenzal) y Arnaldo de Vilanova o de Villanueva (en español), nació con toda probabilidad alrededor de 1238 en Villanueva de Jiloca (Zaragoza) y falleció septuagenario en Génova en 1311. Fue médico, teólogo, político, diplomático y políglota. Ejerció de médico, embajador y asesor político y personal de varios monarcas e intervino en el proceso de los templarios, proyectos de Cruzada y otros problemas religiosos y civiles. A pesar de sus empeños y debido a sus exigencias de reforma eclesiástica, fue perseguido por algunos a los que ayudó; si bien, en contraprestación, recibió la protección de Federico II de Sicilia y el propio papa Clemente V. No obstante, la más importante de sus dedicaciones fue la de médico, en la que llegó a ser el más sobresaliente del mundo latino del medievo y un gran maestro de la medicina en Montpellier, la mejor facultad de su tiempo. Escribió un conjunto extenso de tratados médicos (hasta 27 autentificados y 51 atribuibles), bien elaborados y de aplicación práctica clínica concreta. Entre sus obras está el Tractatus de amore heroico, traducido del latín por vez primera el pasado año, es decir, 700 años después, por Sebastià Giralt - El tratado sobre el amor heroico (Ed. Barcino; 2012)- y cuyo título hace referencia a la denominación que se daba en medicina medieval a la enfermedad de la pasión amorosa no correspondida. Fue la primera monografía conocida sobre el tema; sin embargo, el problema ya había sido estudiado en la Grecia clásica y continuaría siéndolo hasta la actualidad: ¿Quién no ha sufrido en algún momento por un amor no correspondido? ¿Cuántos no han padecido la experiencia dolorosa del final de una relación? La denominación de heroico es consecuencia la deformación de eros (amor o pasión) en Herus (señor), y se interpretaría como el estado del enamorado que se somete a la persona amada como un vasallo a su señor, deducción falsa que llevaría a considerarlo como enfermedad, tanto por los griegos entre los que está Galeno, como por los árabes entre los que se encuentra Avicena. En su original tratado, Arnau desliga el amor heroico de la melancolía y lo considera un síntoma más que una enfermedad. Para él es consecuencia de un error de estimación del cerebro, debido al calor excesivo que genera la anticipación del placer asociado al sexo, y que acaba induciendo a creer al que lo padece que el objeto de su amor está por encima de todo. Explicado el origen, Arnau expone los síntomas: debilitamiento, extenuación, color amarillento, insomnio, falta de apetito, tristeza con la privación de la persona amada o alegría con su presencia? y, finalmente, no olvida los remedios, nada disparatados, aunque alguno reprochable: búsqueda de los defectos del ser amado, relaciones con "jóvenes especialmente placenteras", actividades como pasear, conversar, escuchar música? y, sobre todo, viajar, mejor cuanto más lejos.

Lo que sí es innegable es que, al repasar los textos históricos dedicados al amor en distintas épocas y culturas, es una de las emociones/pasiones que con más frecuencia aparece como generadora de síntomas y procesos patológicos (Castro N. El mal de amores. SEMPP. 2012; 2-3: 1-24).

En la historia de la medicina occidental, según nos narra Plutarco, la primera vez que posiblemente se diagnosticó la enfermedad del amor, fue en el siglo III a.C., cuando Erasístrato, eminente médico árabe de la Escuela de Alejandría, fue requerido por Seleuco I Nicátor -fundador de la dinastía seléucida que reinó en Babilonia y Siria, tras la muerte de Alejandro Magno y el reparto de su imperio- para que asistiese a su hijo Antíoco, que padecía una misteriosa enfermedad de consunción con tendencia suicida. Había sido examinado por muchos médicos y ninguno había dado con el diagnóstico de su mal. Erasístrato acudió a la cámara de Antíoco y advirtió que al presentarse la bellísima Estratonice, una de las esposas de Seleuco y por lo tanto madrastra del príncipe, se manifestaban en el enfermo todos los síntomas del "mal de amores". A modo de estratagema, Erasístrato le dijo a Seleuco: "Ama a mi mujer, y yo a nadie la cedo". El rey entonces suplicó al galeno para que no le negase la mujer a su hijo, y salvase así la salud de éste y la felicidad del reino. "Injusto es lo que me pides -respondió el otro-. Quieres quitarme la mujer y atropellarme a mí, a tu médico. Si el amor fuese a tu esposa, ¿qué harías tú que me exiges semejante sacrificio?". A esta pregunta el monarca contestó que en tal caso él no vacilaría en entregar la madrastra y hasta el reino al hijo. "¿Para qué me suplicas? -dijo entonces el galeno-. De tu mujer está enamorado. Lo que te he dicho era todo mentira" (Díaz J. Historia de la Medicina de la antigüedad. Barcelona: Barna; 1950). Seleuco accedió y repudió a Estratonice para poder liberarla. Antíoco se casó con ella, y de inmediato se produjo la prodigiosa cura. Erasístrato, al realizar el diagnóstico y tratar la afectación, había demostrado conocimiento de su ciencia, capacidad de observación y mucha sagacidad, hasta el punto de que es considerado como el primer psiquiatra de la historia.

A lo largo de los siglos, sobre todo en el XVII, XVIII y XIX, esta narración sirvió de inspiración de numerosos artistas. Fue cantada por poetas como Lucca Assarino (1635) y Nicolás Méhul (1792), llevada al teatro por Philippe Quinault (1657) y Barnabé Farmian (1786) y sirvió de argumento a óperas de los músicos Chistoph Grauner (1708), Honoré Langlé (1786) y Dmitry Bortniansky (1787). En pintura fueron muchos artistas los que recogieron este relato, pero por razones de espacio citaremos tan sólo a los más famosos: el pintor flamenco baroco Theodor van Thulden (1606-1669), el italiano Pompeo Batoni (1708-1787) y los neoclasicistas franceses Jacques-Louis David (1748-1825) y su discípulo, Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867), quien llegó a pintar hasta cinco veces esta historia, en un estilo declamatorio que remite al teatro.

Pero todavía es mayor la nómina de artistas que se han sentido atraídos por las distintas maneras del "mal de amores", tal como se concebía en cada época concreta. La enfermedad por amor no correspondido, sufrimiento que acompaña a ese hondo, inmenso y enigmático sentimiento, ha sido reflejada en la literatura de todas las épocas, recreado en todas las manifestaciones del arte, glosado por poetas y compositores e interpretado de forma recurrente por muchos cantantes. Entre los escritores podemos destacar a Dante, Bocaccio o Spenser. En la literatura medieval, un buen ejemplo es el de La Celestina, que trata tres modalidades del amor: el amor como negocio, la pasión sexual y el amor como enfermedad (aegritudo Amoris). Tanto en Calisto como en Melibea el comportamiento queda supeditado al deseo de verse correspondido por la persona amada, primando la voluntad y la pasión sobre la razón y el juicio. Calisto ya está aquejado en la tercera escena del primer acto, en la que se narra cómo pierde la alegría y, lo más grave, el juicio: "¿Cuál fue tan contrario acontecimiento que así presto robó el alegría de este hombre, y lo que peor es, junto con ella el seso?" Se cuenta también cómo Sempronio, su criado, teme por la vida de su señor, pues sospecha pueda ponerle fin, y no descarta incluso ser él mismo agredido: "Si le dexo, matarse ha, si entro allá, matarme ha". A Melibea le sucede lo mismo y su criada Lucrecia manifiesta: "El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es éste. Cativado le ha esta fechizera". También la cantiga de amor gallego-portuguesa, aunque dentro de los parámetros del amor cortés, tal como lo concibieron los trovadores provenzales, no elude el "mal de amores". Otro ejemplo es el que nos cuenta Florentino Cuevillas en su relato Magosto (Cosas de Orense. 1969). Es comienzos de noviembre en los montes ourensanos, arden las hogueras en que se asan las castañas y se escancia el vino, mientras a su alrededor las muchachas ejercían las artes de la galantería y el coqueteo. "Sólo aquella jovencita del vestido a cuadros, de los rizos locos y de los ojos traviesos estaba callada y retraída, pendiente de aquel galán? Era tonto el galán, o vano, o distraído, o cruel, y todas las miradas, las sonrisas y las insinuaciones de la muchachita habían ido a perderse en aquel pozo insondable de indiferencia". El muchacho hasta le da la espalda, por lo que la joven aprovecha para coger las cenizas de la hoguera y refregar furiosamente la cara del desdeñoso. Ante la agresión todos ríen y la muchacha llora. ¿De rabia? ¿De celos? ¿De ver hecho pedazos su ídolo amado? También al "mal de amores" se ha referido el sabio, erudito y ameno Álvaro Cunqueiro, precisamente en las páginas de este periódico, pero de ello hemos de ocuparnos en otra ocasión.

El "mal de amores" puede al inicio parecerse al enamoramiento normal, pero la falta de correspondencia desencadena angustia, distracción, pérdida de peso, frustración, irritabilidad, accesos de llanto e ira e incluso depresiones y cuadros de melancolía. Es más frecuente en personas reservadas que han sufrido pérdidas familiares a temprana edad, abandono social o represión emocional. Por el contrario, es inusual en personas con autoestima bien desarrollada, familia bien constituida y que están dispuestas a aceptar las reglas del amor de forma inteligente. No obstante, hay quienes buscan de una manera más o menos consciente, incluso cayendo en el masoquismo, este tipo de experiencia desdichada, para lo que se fijan objetos de deseo inalcanzables, tales como una bella mujer, distante, de clase más elevada, y con rasgos y capacidades que el enamorado considera superiores a las suyas propias.