La patria es la infancia, decía Rilke. Por eso el gran actor coruñés Fernando Rey confesaba poco antes de morir que las últimas imágenes que rondarían por su mente serían las del niño que jugaba a sortear charcos de lluvia en las calles que rodean el mercado de la plaza de Lugo, en la misma vecindad del joven Picasso. En ese duermevela que los científicos sitúan en una frontera aún indefinible entre la vida y la muerte, seguramente también Rosalía Mera retornó a sus años iniciáticos en Monte Alto, cerca del Matadero, donde su madre regentaba una carnicería sin saber de pesas ni números. Los años humildes en los que acuñó una impronta de lucha y orgullo que nunca dejarían de ser los rasgos más característicos de quien llegaría a ser una de las mujeres más ricas del mundo.

Esa dualidad de carácter sigue marcando aún la tradición de esa singular barriada de recia conciencia social pero también de una cierta aristocracia trabajadora, heredada de aquellos albañiles del siglo pasado capaces de edificar sus propias casas. Gente educada en un enraízado espíritu de superación que ahora llamarían emprendedores. La joven Rosi se resistía a la estrechez de un horizonte económico que en su barrio acaba inexorablemente en un empleo en el matadero municipal. Con solo 13 años, sin tránsito por la adolescencia, disputa a otra muchacha un puesto de aprendiz en La Maja, una elegante boutique de San Andrés, cuando esta calle era el corazón comercial de A Coruña, lejos de su actual declive. Años después, Rosalía Mera contará que fue elegida por ser más alta. Callará sin embargo que su belleza deslumbraba, lo que pronto le abrió el camino como dependienta.

En La Maja le aguardaba un destino que asombraría al mundo de los negocios. Se escondía en los sueños de dos hermanos leoneses recriados en A Coruña por un cambio de destino del padre ferroviario. "El mayor de los dos hermanos Ortega se llama Antonio, era muy extrovertido y simpático y los dueños de La Maja, la familia Castro, lo habían ascendido a viajante por sus aptitudes para el negocio. El menor atiende al nombre de Amancio y, a diferencia de Antonio, resulta tímido y algo serio, pero será a la larga él quien desempeñe el papel de estratega. Será de Amancio de quien se enamore Rosalía tras un tradicional noviazgo de paseos, tardes de cine y sesiones vermú en las verbenas de barrio que acabará en matrimonio", cuenta la escritora Cecilia Monllor, autora de Zarápolis. La historia secreta de un imperio de moda.

Amancio da el primer paso de la aventura empresarial hacia Zara y Rosalía le secunda con fe, aunque tiene más reservas. Vislumbra muchas dificultades en un camino incierto y le preocupa endeudarse con los bancos. La iniciativa coincide con el nacimiento de Sandra Ortega. "Años de mucho trabajo y gran dureza llegan tanto al modesto piso de los Ortega Mera en Paseo de Ronda como a los talleres de las calles Noya y San Rosendo. Rosalía y Amancio fatigan las horas dejándose el pellejo hasta que el segundo embarazo de Rosalía trunca este equilibrio", apunta Cecilia Monllor.

Aquí se traza la línea divisoria, el antes y el después. "Rosalía se vuelca con su hijo Marcos y al tiempo aflora también en ella el ansia por ser alguien, de tener una identidad propia al margen de su ocupado marido, con quien la relación se va deteriorando", añade Monllor.

De la mano de una de sus grandes pasiones, el psicoanálisis, surgirá una nueva Rosalía que erigirá un entorno más poblado de médicos, escritores, investigadores y artistas que de banqueros, empresarios y políticos. Aunque no descuide por ello sus inversiones.

Mera se construye un atractivo personaje cuyas afiladas reflexiones sociales y políticas saltarán a las primeras planas. Su admirado Freud podría deducir que quizás nunca se encontró a gusto a caballo de sus dos mundos: la influencia sentimental de su infancia humilde en Monte Alto y la realidad inevitable de un inclusión en el ránking multimillonario con personajes como las Koplovitz o Ana Botín con las que difícilmente congeniaría.

La propia Rosalía desveló la conclusión de ese conflicto emocional al apostar por Monte Alto en unas declaraciones sobre por los efectos psicológicos de un salto gigantesco en la escala social. "Si me tengo que identificar, me identifico más con ese entorno, que ha sido mi mundo y del que tampoco he querido separarme demasiado porque me nutre, me sostiene".