Pues, la verdad sea dicha, no le va a faltar trabajo al señor presidente Feijoo para convencer a los gallegos de que -caso de que la acepte- la financiación a la carta que prepara el gobierno para satisfacer a Cataluña sea aceptada como beneficiosa por la sociedad gallega. Tiene razón, don Alberto, cuando asegura que es necesaria la solidaridad financiera y política entre territorios para asegurar una fórmula de Estado para la que a día de hoy no hay alternativa. Y seguramente hay mucho de razonable en que cualquier otro modelo perjudicaría mas a Galicia que éste.

No existe, por tanto, otra barca con la que remar y desde esa idea la apelación que se hace a la solidaridad tiene sentido. Pero a partir de ahí hay que echar mano de la sabiduría popular y recordar que, aquí, solidarios todos. Y de no ser así al menos que no fastidien como ha hecho CiU en Bruselas pidiéndole a la Unión Europea que se cargue el AVE gallego. No se trata de una novedad: los convergentes, túzaros de cabo a rabo, vienen protestando desde que Ana Pastor es ministra por un supuesto trato de favor de su señoría a su tierra de adopción. No hay tal, a no ser que los catalanes gobernantes consideren que reparar una injusticia histórica que aísla al noroeste peninsular es comparable con una conexión entre Barcelona y el aeropuerto de El Prat.

Por tanto, aquí solidarios todos. Empezando naturalmente por aquellos que más necesitan ese principio constitucional, hoy amenazado por el egoísmo de unos cuantos, la estupidez de otros que como el PSOE de Extremadura barren para casa con la escoba del vecino y el increíble silencio oficial del PSdeG, que calla no se sabe si por manso o por miedoso.

En la circunstancia actual un país serio estaría ya en la calle para reclamar de forma pacífica su derecho a ser tratado como los demás; como Andalucía, Valencia, también Cataluña, el País Vasco e incluso Asturias. Y esa reclamación debiera ser liderada por un gran pacto político y social que si quiera por una vez reflejase de verdad el sentir de la inmensa mayoría de los gallegos. Una inmensa mayoría que nunca faltó a la solidaridad con otros, que la recibió de otros en circunstancias como la del Prestige y que ahora quizás la necesite de nuevo -en otros términos y causas- contra los que sí son insolidarios.

Es una cuestión de supervivencia, aunque la frase suene exagerada. Y se dice porque sin comunicaciones terrestres modernas y rápidas, la viabilidad futura en términos de competencia y de acceso a los mercados internacionales, sencillamente no hay futuro. Aquí ya se ha perdido la identidad financiera tras la desastrosa fusión de las cajas, y en materia portuaria - aérea y naval - se está en ello. No parece pues que hablar de supervivencia resulte una boutade.

¿Verdad?