Siendo inusual que el embajador de una nación amiga exponga públicamente amargas reflexiones, artículo periodístico mediante, respecto al país en que está acreditado, mucho más lo es que desgrane un largo rosario de fatigadas recriminaciones -ocho- aunque, a la postre, resulten estimulantes por cuanto despejan el panorama abriendo perspectivas para un debate franco. Me refiero a las justificaciones, algo enfáticas y dolientes, que agavilla el embajador de la República Federal de Alemania, Reinhard Silberberg, en su tribuna "Desde la profunda amistad" (El País, 26/04/2013). Dicho sea desde la profunda sinceridad a quien nos honra con profunda amistad si bien empleando el tono aleccionador que los países del núcleo duro europeo, antigua zona marco, gastan con los PIIGS del Club Med.

Es mi sentir que en España, Alemania, el pueblo alemán, quizás no sea el más querido pero sí el más respetado y admirado. Cosa bien distinta es manifestar desacuerdo para con la política que propone la canciller federal Ángela Merkel partiendo del teorema implícito de que lo bueno para Alemania es bueno para el euro -clon del Deutsche Mark (D-Mark)- y lo bueno para el euro es bueno para "todos" los países de la zona euro. Ese teorema no existe, nadie lo ha demostrado, y la experiencia lo contradice todos los días.

No voy a responder uno a uno a los extendidos reproches de nuestro amigo el embajador Silberberg, considero más oportuno resituar el debate en lo que nos concierne verdaderamente en relación con Alemania: ¿hasta qué punto puede contar España con su profunda amistad?

¿Persigue Alemania una política de hegemonía y dominio que quiere imponer a sus socios?

No, si la pregunta se entiende en un sentido neoimperialista o de expansionismo económico con voluntad hegemónica y dominadora que no duda en emplear métodos tendentes a excluir competidores. Sí, si nos estamos refiriendo al contexto económico-ideológico, a la política económica.

Es common knowledge que Alemania confía en los principios de la "desinflación competitiva" para dirigir su economía. Ese enfoque no cambia sea cual fuere el signo político del gobierno en plaza. La desinflación competitiva en Alemania es política de Estado, no acepta otra, y por la fuerza de las cosas acaba imponiéndola a sus socios dentro de las instancias comunitarias, verbigracia en el Banco Central Europeo (BCE), aunque pueda haber diferencias menores, retóricas, no de calado, como sucede actualmente entre el Deutsche Bundesbank y Mario Draghi.

Una de las condiciones que puso Alemania para abandonar el D-Mark e integrar el ecu/euro fue que el BCE aplicase la misma política monetaria que el Bundesbank. El Tratado de la Unión Europea es muy claro respecto a la política monetaria impuesta por Alemania para aceptar el euro (art. 105.1): "El objetivo principal del Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC) es mantener la estabilidad de precios". A partir de ahí, toda referencia que pueda haber en el Tratado al tipo de cambio, al empleo o a la deuda quedará absolutamente supeditada a "mantener la estabilidad de precios". El Consejo de gobernadores del BCE (eso de Consejo es para la galería, generalmente votan por unanimidad) definió en su momento la estabilidad de precios como una "progresión anual del índice armonizado de precios al consumo (IPCH) inferior pero cercano al 2%".

En estas condiciones, no tiene sentido que, por ejemplo, la pérdida de competitividad de las exportaciones europea s lleve a impugnar en ciertos ámbitos la pasividad del BCE ante la apreciación del euro respecto al dólar toda vez que no está mandatado para actuar en el mercado de cambios con el fin de manipular a la baja su paridad con otras divisas. Y menos aun con el dólar, unidad monetaria de precios de la mayoría de materias primas importadas. Un euro fuerte respecto al dólar tiene la virtud de no importar inflación, pero sí la desventaja de que las exportaciones de la zona euro pierden cuota de mercado. Lo cual, debe saberse, afecta muy poco a la balanza comercial alemana.

A esta política económica, más otros criterios contenidos en el Tratado, se le llama desinflación competitiva y ha sido impuesta por Alemania como condición para dejar el D-Mark e integrarse en el euro. Dicho queda: fuera del euro caben políticas económicas alternativas, dentro del euro, no. Empero, la desinflación competitiva puede acordarse perfectamente con los "fundamentales" y estructura económica alemana, pero no tanto con la española y menos aun en este momento.

Los criterios de convergencia los impuso Alemania

El Tratado de Maastricht, que levantó los planos y contignación de la UME, proyecto ecu/euro, buscó en los criterios de convergencia -todos de carácter nominal, ninguno real, como el saldo de la balanza comercial, tasa de paro o endeudamiento global de familias y empresas- el saneamiento de las finanzas públicas de los candidatos al ecu/euro y la estabilidad de precios en tanto principales objetivos. Sin excluir que los criterios de convergencia sean intrínsecamente recomendables con euro o sin, la zona euro no corresponde a una zona monetaria óptima -en la terminología de Mundell-Fleming- y carece además de mecanismos correctores federales en aras de paliar los choques asimétricos que invariablemente se producen. La zona euro, tal como ha sido concebida, favorece a unos miembros en detrimento de otros y en el medio plazo ahonda las divergencias en lugar de convergencia real. Peor aun, ni siquiera está demostrado que el resultado global sea a suma positiva.

Para buscar una justificación teórica a la moneda única los expertos, pagados por la Comisión Europea, se esforzaron en demostrar (Informe Emerson, "One Market. One Money", 1990) sus incuestionables ventajas partiendo del postulado que era necesaria para el buen funcionamiento del gran mercado interior europeo instituido por el Acta única. Ciertamente, una misma moneda contribuye a la homogeneidad del sistema de precios puesto que se expresan en la misma unidad de cuenta. El euro reduce además los costes de transacción al suprimir las comisiones de cambio y elimina paralelamente los movimientos especulativos y otras inestabilidades monetarias. Con la perspectiva actual no cabe duda que, sin ser completamente falso, el Informe Emerson sobrevaloraba las ventajas e intentaba ocultar ciertos costes puesto que la inestabilidad se traslada de mercado, por ejemplo, del cambiario a los que rigen la balanza comercial o el empleo.

Simplificando, el euro es el antiguo marco alemán/D-Mark que Alemania Federal comparte ahora con otros países europeos bajo varias condiciones irrenunciables, aceptadas por los firmantes del Tratado de Maastricht (y en cierta medida reactualizadas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento). En definitiva, el euro es la moneda propiamente adaptada a la estructura económica alemana y, en menor medida, a los países que conformaban la antigua zona marco. Esto es, en la práctica, el único país de la zona euro que no renunció a la autonomía monetaria fue Alemania por cuanto aplica la misma política monetaria dentro del euro que cuando tenía el D-Mark.

Con estos datos en mano no creo sea pertinente reprocharle voluntad hegemónica a Alemania, país que se limita, estrictamente, a exigir que se cumpla lo pactado: Pacta sunt servanda. Y lo pactado fue una especie de nueva Paz de Westfalia en la que se pasó del "Cuius regio eius religio" al "Cuius regio eius pecunia". En estas circunstancias no hay nada extraño en que, por la propia fuerza de las cosas, Alemania sea simultáneamente, dentro de Europa, locomotora y aspiradora.

Entonces ¿quién tuvo la idea del euro, cómo hemos podido meternos de cabeza en una zona monetaria subóptima renunciando a la autonomía monetaria? Sencillamente, porque Alemania claudicó ante Francia.

El euro se lo impuso Francia a Alemania

Se olvida frecuentemente que el euro fue una imposición francesa. Si bien se mira, la reunificación alemana provocó un auténtico traumatismo nacional en Francia. Rápidamente, las élites políticas y tecnocráticas del país vecino se pusieron a diseñar una nueva línea Maginot. Decidieron que a Alemania no se la podía dejar seguir un decurso independiente, decidieron que había que amarrar su destino al de Francia. Por otra parte, llegaron a la conclusion que la potencia económica de Alemania se asentaba en el D-Mark y concibieron apropiárselo. Las cosas hoy día han cambiado algo pero por entonces la tecnocracia francesa confiaba en que sus énarques acabarían dominando los procesos decisorios de Bruselas a favor de Francia. Olvidaron o subestimaron otros elementos que asentaban el poderío económico alemán, verbigracia, la contignación científica, técnica e industrial del país, el buen nivel técnico de la mano de obra salida de la formación profesional, los excelentes servicios postventa, la larga tradición exportadora, la densidad reticular de sus bancos y cajas de ahorros y la sinergia entre los sectores económicos y autoridades regionales, el prestigio de sus productos, asentado en la calidad, que pueden competir sin la restricción de una elevada elasticidad-precio, los resortes de cogestión que correspondían a la Soziale Marktwirtschaft y otras características del "modelo renano".

El pretexto político de la tecnocracia gala para apropiarse el D-Mark fue que, para garantizar definitivamente la paz en Europa, Alemania y Francia tenían que compartir la misma moneda y, en previsión de devaluaciones competitivas, había que crear una unión monetaria que englobase el máximo número posible de países que integraban el Mercado Común. En un principio Alemania se negó rotundamente pues deseaba seguir conservando el D-Mark y recelaba de una política presupuestaria y monetaria laxista impulsada por los eventuales socios de una unión monetaria. Entonces Francia pasó, en privado, de la persuasión a las amenazas directas. Fueron de tal calibre que el canciller federal Kohl claudicó, confesando años después "Si no hubiéramos aceptado el euro hubiésemos tenido graves problemas" ¿Qué problemas? Es fácil suponerlos pero no es este lugar adecuado para exponerlos. Helmut Kohl claudicó pero, en aras de que la nueva moneda fuera un clon del D-Mark y mantuviera su solidez, logró obtener de Francia el derecho de veto respecto a los países candidatos. Es decir, todos los postulantes a integrase en la futura zona monetaria unificada deberían cumplir los criterios de convergencia impuestos por Alemania.

Ello no aclara sin embargo por qué los países periféricos europeos se lanzaron a la suicida carrera de alcanzar a los más competitivos del pelotón de cabeza, renunciando a la autonomía monetaria y, en cierta medida, a la presupuestaria. Pues bien: renunciaron a tontas y a locas por una cuestión de aparente prestigio. Los políticos, buscando capitalizar el proyecto en privativo beneficio electoral, vendieron a las opiniones públicas nacionales la idea que al euro solo podían acceder los mejores, los más competitivos, los más saneados, poco importaba que los criterios de convergencia no fueran reales sino simplemente nominales. No viene a cuento, por tanto, pedirle actualmente a la canciller federal Ángela Merkel que cambie las reglas del juego cuando algunos, como era evidente, estamos perdiendo una partida que aceptamos jugar sin tener suficientes triunfos en mano.

También es cierto que aunque en un principio Alemania se opuso al euro para no perder el D-Mark después resultó para ella un gran negocio. Cuando entramos en el euro, tanto España como Alemania tenían balanzas por cuenta corriente deficitarias pero a partir del 2001 los alemanes equilibraron la suya y nosotros hundimos el saldo al -4,1% del PIB; en el 2007, último año de bonanza, el excedente alemán alcanzó el 7,6% del PIB (180.000 millones de euros) mientras España soportaba más de 10% de déficit (105.000 millones de euros). Estas divergencias son suficientemente significativas para concluir que Alemania y España no comparten zona monetaria óptima sabedores que no se constata movilidad perfecta de mano de obra y capital ni convergencia en los PIB per cápita. En este sentido, Alemania ya ha dejado atrás el nivel previo a la crisis al superar en 20 puntos porcentuales la renta per cápita media de la UE-27.

¿Es Alemania un aliado leal de España?

Mientras Mitterrand, encarnando el sentir de los franceses, telefoneaba a Gorbachov para que impidiera la reunificación alemana, Felipe González, en gesto de hombre de Estado, acompañaba al canciller federal Kohl, 21 de marzo de 1990, a rendir homenaje en su casa de Wilflingen al anciano y lúcido Ernst Jünger, símbolo de la voluntad irrenunciable de reconstitución de la fratría alemana. El espaldarazo de Felipe González a la reunificación alemana -que Mitterrand no le perdonó jamás- fue crucial para Kohl que en un emotivo discurso agradeció al pueblo español, siempre amigo, su solidaridad. No obstante, muy poco después, durante las tormentas monetarias de principios de los años noventa -septiembre y diciembre 1992 y mayo de 1993- Kohl protegió a Francia y dejó caer a España. El Bundesbank compró masivamente francos y vendió pesetas. Se calcula que la banca alemana ganó 800.000 millones de pesetas especulando contra nuestra divisa. Tampoco es que me espante pues soy consciente que los grandes países no tienen amigos, solo intereses. Y el interés de Alemania es no crispar a Francia en ciertas cuestiones.

Pelillos a la mar, lo que queda para la Historia es que prácticamente todos los españoles de bien, derechas e izquierdas confundidas, aplaudieron el gesto de nuestro presidente acompañando al canciller federal a rendir homenaje a Jünger y concelebraron espiritualmente con los alemanes el fin de la tremenda injusticia de la partición de su país.

Sobra decir, no nos sentimos recompensados hoy día los españoles con un gesto recíproco de la canciller federal Ángela Merkel en el momento en que se prepara un golpe de estado anticonstitucional, en Cataluña, contra la unidad española. Sería muy significativo, casi decisivo, que en lugar de endosarle la patata caliente a la Comisión Europea las autoridades alemanas dijeran alto y claro que Alemania nunca reconocerá un Estado catalán contrario a la voluntad mayoritaria del pueblo español. Sí, del pueblo español.

Poniendo por delante que los españoles sabemos defendernos solos, no estaría de más que Alemania -con su peso, prestigio y densidad histórica- en evitación de males mayores alicortase aventuras que de levantar el vuelo podrían acabar fatalmente para todos. No estaría de más que Alemania, insisto, enviase una señal contundente, definitiva, precisando que el euro, con todas sus carencias, es, sobre todo, un proyecto político que busca la unión basada en el statu quo ex ante y que en su seno no se ampararán jamás revoluciones nacionalistas ex post.

Supongo, al hilo de lo dicho, que a un astuto, duro y avisado diplomático como el embajador Silberberg, no se le escapa que la reunificación alemana y la eventual secesión de Cataluña son cuestiones relacionadas.

¿Hasta dónde está dispuesta a ayudarnos Alemania frente al separatismo catalán?

Francia es una nación admirable, nutrida de singular y milenaria Historia, segura de sí, capaz aún de ejercer influencia nada despreciable en la dinámica del mundo utilizando la palanca del rango dominante que mantiene en Europa continental. Su baza maestra ha consistido en ceder a Alemania la inevitable primacía económica reservándose las decisiones militares y diplomáticas más importantes de la UE gracias al monopolio definitivo de la disuasión de los vectores nucleares, respecto a Alemania. En el pasado siglo, Francia empujó sus fronteras históricas mientras Alemania las contraía, pero la reunificación alteró la correlación de fuerzas demográficas y económicas. Para reequilibrarlas a su favor, Francia -Grandeur obliga- cuenta a medio/largo plazo con Valonia, por la escisión de Bélgica, y Cataluña, por la de España. No digo que Francia estimule la secesión pero, de producirse, la mejor opción para Cataluña es ser un estado confederado/asociado con Francia.

Por su cuenta, Cataluña tendría que encarar costes fijos y de ajuste de enorme relevancia que no harían viable la independencia o resultaría muy gravosa en el medio plazo. Con esos costes ya cuentan los estrategas de la secesión, no son tan lerdos como para ignorarlos, pero los tienen más que amortizados si Francia da su acuerdo. Si se consuma la separación de España, Cataluña será un Estado asociado a Francia, cobijado bajo todas sus instituciones, desde la militar a la diplomática pasando por la monetaria, y sin pagar un céntimo. Al menos durante los primeros veinte años. Si Alemania asumió el coste de la reunificación, Francia asumirá la reintegración carolingia.

Piense el embajador Silberberg en el entreguismo a Francia del nacionalismo catalán cuya penúltimo acto de vasallaje ha consistido en la propuesta de hace días de ERC (que su socio CiU envía por delante como sherpa) de protegerse militarmente bajo el paraguas francés, "el día siguiente" a la independencia.

De hecho, nada de esto es nuevo, ya lo escribí en este mismo periódico hace más de diez años y volví a reactualizarlo hace muy poco desempolvando un artículo de La Vanguardia, de la autoría de Enric Juliana, que venía diciendo lo mismo (cf. mi artículo "Artur Mas piensa en Francia" , Faro de Vigo 25/11/2012)

Si afila la reflexión, el embajador Silberberg caerá en la cuenta de que la zona euro vive sometida a una bicefalia jerarquizada. De no ser así, el Gobierno alemán habría sacado ya una vibrante declaración, desde la profunda amistad, aclarando que se opone absolutamente a la emergencia de un Estado catalán que nunca reconocerá. Si no lo hace es porque teme a Francia. Así de claro. Si Alemania abandonó el D-Mark para satisfacer a Francia es muy probable que abandone ahora a España para contentar a la potencia nuclear que tiene por socia en la bicefalia europea.