Ahora que se cumplen los 150 años de la fundación por Ferdinand Lassalle del movimiento obrero que luego se convertiría en el Partido Socialdemócrata Alemán, conviene recordar la figura de Willy Brandt, alcalde de Berlín occidental, primero, y más tarde acaso el canciller más carismático que ha tenido ese país.

Lo hacía un político que fue su estrecho colaborador y cuyo nombre tal vez apenas suene a los españoles más jóvenes: Egon Bahr, que con 91 años acaba de publicar -más vale tarde que nunca-- sus memorias, en las que Brandt ocupa un lugar central.

Periodista antes de llegar a la política, Bahr fue junto a Brandt artífice de la llamada Ostpolitik, política de acercamiento de la República Federal de Alemania a la Alemania comunista, que iba a resultar fundamental para la superación de la Guerra Fría entre los bloques y la posterior unificación del país.

Contaba Bahr en una reciente entrevista de su admirado Willy Brandt una anécdota que define muy bien el carácter de este político.

"Habíamos planeado en cierta ocasión - dice-- un viaje a Estados Unidos, y todavía recuerdo que me pidió que le organizara una conferencia porque quería llevarse con él a su esposa, Rut, y pagar él mismo su viaje con los honorarios que le pagasen".

Bahr le manifestó entonces su extrañeza y le dijo que era habitual y hasta casi obligatorio en otros países como Francia o Gran Bretaña que los políticos viajasen oficialmente acompañados de sus esposas.

Pero, según Bahr, Brandt tenía "una relación prusiana con el Estado" y establecía una rigurosa separación entre el Estado o el país y el partido.

¡Qué diferente actitud la que manifiestan muchos políticos de nuestros países mediterráneos! Para ellos, el Estado es muchas veces únicamente la vaca que hay que ordeñar siempre que se pueda.

¡Cuántas veces no habremos visto a políticos de medio pelo aprovechar cualquier viaje oficial al extranjero para llevarse consigo a un sinfín de colaboradores e incluso a algún familiar, alojarse en los mejores hoteles, ofrecerse los mejores banquetes y cargar luego al Ayuntamiento o al Ministerio de turno todos los gastos!

Bahr explica por otro lado la difícil relación que tuvo Brandt con Alemania. El joven Brandt, que militó desde 1929 en el ala izquierda de las Juventudes Socialistas, huyó a Escandinavia a la llegada al poder de los nazis, trabajó allí como periodista y se nacionalizó noruego, por lo que, al acabar la Guerra, tuvo que solicitar otra vez la ciudadanía alemana.

Sus compatriotas no le recibieron entonces como debía corresponder a un militante antifascista. Y sólo después de que se le concediera el Premio Nobel de la Paz en 1971 se sintió finalmente reconciliado con su país: Alemania y la paz quedaron a partir de ese momento unidas para siempre a su nombre.

Otro gesto que le caracteriza y le distingue de tantos políticos de hoy, incapaces de asumir su propia responsabilidad cuando se ven salpicados por algún escándalo, fue su decisión de dimitir en 1974 tras descubrirse que uno de sus más íntimos colaboradores, Günter Guillaume, era en realidad un espía plantado por la Alemania Comunista en la propia cancillería federal.

Brandt pudo haber salvado su pellejo forzando la dimisión del entonces ministro del Interior, el dirigente liberaldemócrata Hans-Dietrich Genscher, pero esto habría significado el fin de la alianza de gobierno entre los dos partidos y optó por el propio sacrificio.