En una de esas clínicas de Madrid en las que se robaban bebés, tenían un muertito que mostraban a las mujeres que acababan de parir para convencerlas de que el suyo había nacido sin vida. Un muertito piloto, podríamos decir. Lo guardaban en una nevera, para que se conservara bien, y suponemos que de vez en cuando lo cambiarían como el que repone el material de trabajo. El muertito era, en efecto, una herramienta.

-Sácalo del frigorífico y enséñaselo a la mujer de la 320.

Y la enfermera o la monja tomaban el pequeño cadáver, lo envolvían en una toalla y se lo mostraban, completamente azul, a la señora a la que acababan de robar su bebé. Significa que los ladrones se habían ido precipitando poco a poco por el abismo del mal hasta alcanzar profundidades inverosímiles. Vale que le quites este bebé a esta madre para dárselo, incluso para vendérselo, a esta otra (no vale, pero imaginemos que sí). Vale que, para justificar tu atropello, pensaras que les hacías un favor al niño y a la madre, que era soltera, por poner un ejemplo (tampoco vale, pero bueno). Hasta aquí, siendo todo horroroso, se puede entender al modo en que se entienden los grandes crímenes de la historia, o sea, que no se entiende, aunque pongamos provisionalmente que sí. Ahora bien, que guardarán en la nevera el cadáver de un recién nacido para dar el cambiazo, supera nuestra capacidad sentimental.

¿A quién se le ocurriría esta solución? ¿Al médico, a la monja, a la enfermera? No lo sabemos, ni a quién ni en qué instante. A las personas creativas les vienen las ideas en los momentos más inesperados. A lo mejor, mientras se duchan, o mientras se cepillan los dientes, o mientras escuchan el domingo, en misa, la homilía. Basta con desconectar un instante de la realidad inmediata para que la cabeza, en los temperamentos novelescos, se ponga a funcionar.

-¡Eureka! -se dijo a sí mismo el descubridor o la descubridora (perdonen por la falta de economía, pero el genérico funciona cuando le da la gana).

Tras el eureka había que poner en marcha la historia, es decir, dar el salto de la idea a la realidad. Y ahí es donde no entendemos tampoco cómo tanta gente pudo ponerse de acuerdo en un asunto tan macabro. Somos un misterio.