Una fuerte polémica lingüística agita las aguas de nuestra vecina y cartesiana Francia. El motivo es la decisión del Gobierno de autorizar a las universidades a impartir algunos cursos en una lengua extranjera (léase: directamente en inglés).

El motivo de tal decisión, en la que muchos intelectuales ven un ataque directo a la identidad francesa, es atraer a estudiantes extranjeros, principalmente de los países emergentes, que de otro modo optarían por universidades anglófonas.

Los defensores de esa medida argumentan que el inglés es como el latín de nuestros días y que la mayoría de los investigadores escriben ya sus trabajos en inglés para que encuentren más fácil publicación en las revistas científicas y de esa forma, mayor difusión.

Señalan que si filósofos como Spinoza no hubiese escrito sus obras en latín, esas no hubiesen alcanzado tan rápidamente el eco que tuvieron en todo el mundo. Y agregan que otros países no anglófonos ya utilizan el inglés en sus universidades.

Se trata sobre todo de países de lenguas minoritarias, como Holanda o los escandinavos, y el fenómeno no tiene por ello la misma trascendencia que en el caso de una lengua que ha aspirado siempre a la universalidad como el francés.

La decisión de las autoridades, motivada por motivos tanto prácticos como económicos y apoyada por conocidos científicos como el matemático Cédric Villani o algún exministro socialista - el de Educación Jack Lang- se ha topado con una fuerte oposición por parte sobre todo de influyentes intelectuales como los filósofos Michel Serres o Alain Finkielkraut o el economista Jacques Attali.

El periodista cultural y miembro de la Academia Goncourt Bernard Pivot ha sido uno de los más radicales en su rechazo al vaticinar que tal medida podría llevar a la muerte de la lengua de Racine, Molière o Marcel Proust.

Algunos lingüistas como Claude Hagège critican lo que significaría en términos de uniformación ideológica porque una lengua no es un instrumento neutral sino que comporta una visión del mundo y transmite determinados valores, que en el caso de los países anglófonos son el individualismo y el liberalismo económico.

Otros dudan de que vayan a ir a estudiar a Francia más universitarios extranjeros solo por poder seguir cursos en inglés y señalan que muchos, sobre todo si son de familias adineradas, preferirán siempre el original - es decir las universidades británicas o estadounidenses- a una mala copia.

Los críticos argumentan también que no hay en Francia suficientes profesores bilingües capaces de enseñar en un buen inglés sus respectivas disciplinas y añaden que el chapurreo de esa lengua dificultará la comprensión y perjudicará a los propios estudiantes.

El director de la Agencia Universitaria de la Francofonía, Bernard Cerquiglini, que representa a 780 establecimientos de enseñanza superior en todo el mundo, se queja de que la decisión del Gobierno y el Parlamento envía una señal derrotista a quienes en distintos países se esfuerzan por conservar y aún ampliar los cursos impartidos en francés.

Consultado al respecto por el semanario "Le Nouvel Observateur", Alain Finkielkraut explica que hay que resistir a una dinámica que pretende convertir el inglés en "la lengua universitaria mundial".

"Si se quiere que los alumnos franceses hablen y escriban corrientemente el inglés, que se les enseñe esa lengua en el liceo o la universidad", añade el filósofo, que predice que la nueva ley se traducirá en una degradación de la calidad de la educación.

"Hoy Francia solo habla de diversidad (cultural), pero al mismo tiempo hace todo lo posible por acelerar la uniformización planetaria", sentencia Finkielkraut, que se pregunta qué sentido puede tener que vengan más estudiantes extranjeros a Francia si al mismo tiempo este país pierde su propia identidad.