Hay interesados en decir que los sindicatos no sirven para nada y que los líderes sindicales no tienen limitación de mandatos. Lo segundo merece charla aparte, pero objeto que no sé por qué han de limitarse los mandatos de los representantes siempre que haya medios para echarlos cada cuatro años en sus organizaciones o en las elecciones generales. Los empresarios no tienen limitaciones y, sin sindicatos, tampoco tienen límites.

Pero a quienes no vean la función de los sindicatos basta mostrarles que su ausencia brilla espectacularmente en esos "reality shows" laborales que proliferan por las cadenas, porque el trabajo se ha vuelto algo tan raro que la gente está dispuesta a conocerlo aunque sea por televisión, como las mayoría de los animales y de los países que enseña "National Geographic".

En la primera temporada de "Gran Hermano", cuando todavía creíamos que era un experimento social y a Mercedes Milá no le salían cosas del bolo, hubo competencia, pero también colaboración, porque los concursantes se identificaron como grupo (clase concursante) y marcaron distancias con los explotadores de su imagen. Ahora está claro que en "Gran Hermano" no hace falta ningún sindicalista, porque no caben reglas entre vagos y buscavidas, pero en la telebasura relacionada con la cocina sí, para acabar con ese sobreestrés en el que parecen jugarse la vida en cada plato y plantar cara a las lecciones de fascismo laboral aplicado, hecho de voces, desprecios, órdenes ásperas y criterios orquíticos de algunos de sus presentadores.

A la generación que no encuentra trabajo se les enseñó desde pequeños, a través de sus cantantes favoritos, que para triunfar hay que ser sumiso en el "casting" o en la entrevista, es preciso hacer lo que sea para entrar. Ahora, que se trata más de coser que de cantar, se les enseña que hay que aguantar lo que sea para que no te echen a la calle.