En una de éstas vemos a la señora Merkel pasando el brazo por el hombro al señor Aznar después del compromiso de éste de entrar en guerra contra España. La trampa de elefantes que le tendió el obtuso Bush, de la que sigue alardeando cuando evoca las importantes relaciones que abrió a nuestro país, puede repetirse si encuentra abonado el retorno a la Moncloa. Entre una retirada irrevocable para siempre y la plena disponibilidad al "revival" manifestada el martes en Antena 3TV hay tanta congruencia como señalar a dedo a su sucesor y afearle después -ahora- sus indecisiones y ambigüedades, las subidas de impuestos y otras dubitaciones incompatibles con el liderazgo. También pueden mediar la decepción popular ante una alcaldesa de Madrid elegida como tal en "secundarias" o un yernísimo (en todas partes cuecen habas) que considera normal recibir del cabecilla de la "trama Gürtel" un luminoso regalo de boda tasado en cinco millones de pesetas (cuando aún no eran "antiguas"). A mayor abundamiento, las "normalidades" retributivas del PP orgánico que salen a la luz con el "caso Barcenas" redondean el panel de diferencias entre la cómoda inmunidad de aquel entonces y el rabioso presente.

Manejar un "think-tank" ideológico no es tan influyente como creyeron, sobre todo, cuando el sucesor accede a sentarse a hablar vis à vis una sola vez en año y medio. Está muy bien pedir la bajada de impuestos, pero a ver de qué manera: si es recuperando el montante con nuevos navajazos a los trabajadores y las clases medias para preservar el objetivo de déficit, será peor el remedio que la enfermedad. Esperanza PseudoThatcher y José María PseudoBush tienen poco que hacer contra la inexorabilidad del tiempo y los cambios de la Historia, pero no lo notan. Su momento ha pasado en buena hora y el partido que dejaron no es el espejo en el que quiera verse -y no se ve- el actual. Mucho menos el Gobierno, en el que no queda uno solo de los antiguos hombres -o mujeres- del presidente. Durante las dos últimas legislaturas con Gobierno socialista, el señor Aznar dio gusto al pico por todas las afueras denigrando a Zapatero y su política, que es tanto como desprestigiar a España. Esos ocho años de bilis exterior han puesto al mínimo su famoso "legado" de liberalización del suelo y estímulo del ladrillo. Es obvio que no se da cuenta, pero en la hipótesis remota de que su partido quisiera recuperarlo, los electores darían buena cuenta de las expectativas.

Aznar está amortizado. Los errores de un retorno que nadie pide liquidarían los últimos enteros de su presunta renta política. El problema y la ironía es que sea el único que se oferta para el cambio urgentísimo de liderazgo, de estilo y de proyecto que pide a gritos la derecha española, consciente del brutal desgaste de un programa incumplido y de una crisis que devora todo lo que socialmente tiene un valor, empezando por el constitucional derecho al trabajo.