Le llegaron a tildar de egoísta, cínico e hipócrita, pero quería mucho a su hijo. Ocupó los más altos cargos públicos a que un político de la época (siglo XVIII) podía aspirar, aunque su obsesión era escribir cartas y más cartas a aquel muchacho que acababa de cumplir los dieciocho: un total de doscientas cuarenta y cinco, de puño y letra, en tan solo dos años. Le impusieron las condecoraciones de más prestigio y, sin embargo, lo que le desvelaba era la salud del mozo: "Dime, ¿te has recuperado perfectamente, o tus pulmones se resienten todavía de alguna molestia? Debes seguir una dieta antiinflamatoria, y al mismo tiempo nutritiva. Cualquier tipo de leche te sentará bien, cualquier tipo de vino, mal. También te beneficiará hacer mucho ejercicio físico, pero ligero y no violento". Me estoy refiriendo a Lord Chesterfield, buen tema para una lección final de curso, ahora que otra nueva ley de educación vuelve a rascar donde no pica, a dar marcha atrás y, sobre todo, a olvidar lo fundamental: lo que un chaval tiene que dominar cuando termina la Secundaria, es decir, lo que escribió mi protagonista a su adorado Philip. Invito a ustedes a recordarlo.

Muchas veces he oído decir a mis alumnos: "Profe, somos jóvenes, nada más se es joven una vez, no nos agobies". Lord Chesterfield lo sabía: "Disfruta de los placeres de la juventud, nada hay que puedas hacer mejor, pero con el refinamiento y la dignidad de un hombre de calidad. Que ellos te eleven y no te degraden, te den lustre y no te envilezcan; en una palabra, haz que sean los placeres propios de un caballero, y disfrútalos en compañía al menos de tus pares, pero preferentemente de personas superiores a ti". También los he visto pavonearse, cómo no, aparentar que todo lo saben, que ligan más que nadie: "Hay quien, emitiendo juicios rotundos acerca de cualquier asunto, revela su propia ignorancia sobre muchos, y muestra una desagradable presunción sobre todo lo demás. Otro quiere ganarse fama de hombre de éxito con las mujeres; deja caer que ha sido animado a ello por las más encopetadas en rango y belleza, e insinúa que mantiene una relación con una de ellas. Si es cierto, revela una conducta mezquina; si es falso, es infame". ¿Y los despistes en el aula, mis continuas advertencias para que estuviesen al loro y no dormidos?: "La atención debe estar preparada para centrarse en el presente, sea cual sea. Un hombre distraído observa poco, y las más de las veces de manera dispersa e imperfecta". ¿Y las veces que les hube de sofrenar sus angustias, tantas veces provocadas por los propios fantasmas que ellos mismos generaban?: "Todo cuanto se hace con ansiedad y embarazo no puede hacerse sino mal".

¿Cómo sintetizar lo que les hace falta para conducirse en su trabajo futuro?: "Método, diligencia y discreción llevan más lejos a un hombre de sólido juicio que unas facultades extraordinarias carentes de este punto de apoyo". Nada de presumir de amigos poderosos o influencias: "El mismo hecho de que se adornen de plumas ajenas demuestra que carecen de propias: quien es rico no necesita de préstamos". Nada, tampoco, de dilatar, dejar pasar, echarle la culpa a la crisis (a la Gran Estafa) y a los tiempos que corren: "Cualquier asunto que tengas que hacer, despáchalo lo antes posible; nunca lo dejes a medias, sino que termínalo, a ser posible, sin interrupciones. Con las tareas no se remolonea ni se juega". ¿Y cómo hacerlo, profe?: "Inténtalo, esfuérzate, persevera", lleva todo a cabo "con suavidad en la forma, pero con firmeza en la idea", o sea, no te comportes como un bruto, pero no cedas en lo que estimas justo. De ese modo, se cumplirá el deseo que Lord Chesterfield hacia su hijo y que extiendo a cada uno de esos hijos adoptivos que son mis educandos: "Que tengas gracia, fama y salud en abundancia". Amén.