Hay mucha confusión entre héroes y villanos. En los años setenta se llevaban los antihéroes, héroes modestos que no les gustaba aparentar. Ahora todo pertenece a las apariencias. La existencia de un villano capaz de derribar las torres gemelas con dos aviones secuestrados obligó a elevar a los bomberos y policías de trabajadores a héroes. No quito mérito ni a su trabajo ni a su valor pero, por necesidades del guion, el sistema debía parecer tan fuerte como su contrario y los trabajadores abnegados buscando vidas entre cascotes eran la némesis del terrorismo.

Por otro recurso retórico de la guerra contra el terror, también lo que antes eran víctimas han pasado a ser héroes. La corrección política y algunos resarcimientos han creado una industria de la victimización y en casos nada extremos la elevación de la víctima a héroe. Para colmo, merced al éxito de los personajes de Marvel gracias a las nuevas tecnologías digitales de los espectáculos 3D los héroes han pasado a ser llamados superhéroes. Ya se encuentran casos de supervíctimas tratados como superhéroes en relatos superconsoladores.

Si a esto se suma el cambio de valores reciente en el que la competencia desleal está mejor vista que la cooperación desinteresada y en el que la maldad egoísta ha acuñado el término "buenismo" para desacreditar, el desconcierto es sinfónico.

En medio de tanta confusión, paso a considerar héroe a Hervé Falciani, que ha dado la mayor lista de defraudadores fiscales de la historia reciente de la Unión Europea con las cuentas secretas de 130.000 evasores fiscales, 4.000 de ellos españoles. Hay 23 billones de euros negros -el 10% del PIB mundial- escondiéndose de la ley, muchos de ellos obtenidos directamente de la esclavitud sexual, del narcotráfico, de la venta de armas... Falciani cumple dos requisitos de los héroes de mis subculturas favoritas: colabora con la ley y oculta el rostro. Es mi héroe.