La única esperanza del sistema son sus grietas, que casi siempre proceden de la irreductibilidad de los individuos. La lectura de las declaraciones, en una entrevista de ayer, del presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo resulta estimulante. Así cuando dice que hay delincuentes de clase, pues cada clase delinque a su manera, o al afirmar que quien diga que la justicia es igual para todos no sabe de qué habla. Quizá se pase, y hasta yerre, al usar el neologismo normópata para designar al juez demasiado pegado a la ley, o al decir que el juez puede volar a ras del suelo o a la altura del cóndor (sin aclarar su modelo), pero reconfortan cosas como esta: "La figura de un juez sin inquietudes puede ser muy inquietante, máxime cuando nos regimos por principios y valores". Cuando en un sistema cerrado asoma el factor humano se encienden las alarmas, pero también las luces.