A estas alturas, y vista la contumacia con que persisten en ignorar cualquier signo de alternativa, hay motivo para sospechar que en realidad lo que la Xunta persigue con su política sanitaria sea en el fondo algo diferente a lo que en la forma confiesa, que no es sino el equilibrio de las cuentas. Objetivo que, según los expertos, resulta imposible de alcanzar en un terreno en el que, por definición, los gastos serán siempre superiores a los ingresos.

(Cosa diferente es el logro de mejores balances que los registrados históricamente en el campo sanitario de este país. La gestión, si es eficaz, puede mejorar notablemente el resultado de un servicio público que, junto con la educación y las prestaciones sociales, forman el meollo del agónico Estado del bienestar. Y que eso, la gestión, se puede mejorar lo demostró el equipo que estuvo al frente del Sergas bipartito. Así que ejemplo, haylo.)

Claro que, para gestionar bien, no es solo imprescindible la contabilidad, medir de forma adecuada los ingresos y los gastos: además hay que hacer Economía Política, establecer con acierto las prioridades a la hora de aplicar medios escasos a necesidades abundantes. Y no parece que a día de hoy esto segundo, la política sanitaria, se esté haciendo; es más, algunos van más allá y creen que ni siquiera lo primero se ejecuta con la eficacia necesaria.

Viene a cuento, el largo introito, de que desde la Xunta se insiste en aplicar al problema las recetas -y nunca mejor dicho- que habría podido utilizar en lo financiero, si hubiese entendido algo de eso, aquella Antoñita la fantástica que paseaba por las ferias cautivando a desilustrados. Porque se intenta dar verosimilitud a ideas extravagantes, acaso porque "lo que no mata, refuerza"; la cuestión es que en esto de la salud más vale no correr riesgos.

La última -por el momento- de esas ocurrencias es reciente: consiste en contratar a médicos, y se supone que al resto del personal sanitario, "por horas". La iniciativa no es nueva, y a buen seguro los nutridos equipos de asesores, eméritos o de cuota, que -con cargo a fondos públicos- guarnecen al gobierno, preparan un catálogo amplio de ejemplos para demostrar no sólo que es mal de muchos, sino que hay cosas y casos peores. Y punto.

La rebaja, profesional, laboral y salarial de los sanitarios, puede facilitar quizá las futuras contrataciones cuando se concluya el diseño de un falso sistema público. Pero no servirá para ocultar la verdad: se puede engañar a unos pocos durante mucho tiempo, y quizá a muchos durante un rato, pero no a todos todo el tiempo. Y eso es lo que va a pasar aquí.

¿O no...?