Como voy a referirme al uso de las diversas lenguas oficiales en España considero oportuno dejar sentada la premisa de que, nacido en Sas de Penelas, una pequeña aldea orensana, aprendí a hablar gallego antes que castellano y que sigo utilizando la lengua vernácula con relativa frecuencia, especialmente en el ámbito familiar. Y aún podría añadir que el gallego me parece un hermoso idioma con vocablos tan encantadores como xeitosiña, para los que, hasta donde llegan mis posibilidades no encuentro parangón en otras lenguas

Tras tal declaración espero no ser sospechoso al criticar el absurdo proceder que viene manifestándose en el tema del plurilingüismo, con constantes denostaciones del español y que, porque no olvido mis lecturas gallegas, me hace evocar y comprender mejor la frase que Curros Enríquez pone en boca de Dios "Si eu fixen tal mundo que ó demo me leve". Porque, en efecto, aún siendo profundamente partidario de que se fomenten las lenguas vernáculas, con su consiguiente aportación al acerbo cultural, no puedo entender el fóbico ataque al idioma que nos es común a todos los españoles y nos permite entendernos con más de cuatrocientos millones de personas

No es de recibo que se produzcan escenas más propias de un sainete de Arniches que de un foro político del más alto nivel, como, por ejemplo, que en el Senado se pague un alto precio a intérpretes que traduzcan las intervenciones de unos senadores que, poco después y en los pasillos, charlan animadamente utilizando el español. Ignoro si se ha puesto coto a tal desaguisado o si se habrá esfumado el rubor de los protagonistas. Debiera ser más fácil lo primero que lo segundo.

En este aspecto y batiendo récords, parece ser que en el Parlamento Vasco un diputado, tras utilizar el euskera en su intervención, anunció que iba a repetir su parlamento, esta vez en español, para que todos lo entendieran. Lo difícil es que alguien entendiera tal despropósito.

Y en el Congreso, para no ser menos, tres diputados se empeñaron en hablar en catalán, desoyendo las indicaciones del presidente, que acabó obligándoles a retirarse. Tal vez no tenían nada que decir y quisieron justificarse con la expulsión. Este triple caso me ayuda a justificar la razón de ser de mi critica -que no pretende ser destructiva- y también la decisión del Presidente del Congreso, porque recuerdo un dicho popular que de niño oí muchas veces y que hace referencia al efecto bumerán de una tolerancia injustificada "O que me amole una vez que o leve o demo. O que me amole duas que nos leve os dóus. O que me amole tres que me leve a min só".

Téngase en cuenta además que a la absurda incongruencia de consumir fondos públicos con el único objeto de perder el tiempo se añade el riesgo de que la traducción, por muy acertada que sea, nunca recogerá el espíritu y el énfasis del original. Contrasentido que ya denunció con su exquisito humorismo el maestro Vizcaíno Casas en un libro que tituló "Las Autonosuyas".

En definitiva, el mayor respeto para las lenguas propias de cada región, como para su folklore y sus costumbres, pero el mismo respeto para el idioma común que hablamos y entendemos en todos los rincones del país y que ocupa un lugar de privilegio entre todos los que en el mundo existen y, por ello, nos abre puertas que para las lenguas minoritarias permanecen cerradas. Conozco el caso de una empresa extranjera que iba a instalarse en Barcelona y cuando los directivos que había formado y que dominaban el español se encontraron con las dificultades que imponía el catalán, provocaron el cambio de sede y se fueron a Madrid. Supongo que habrá habido alguna lamentación, inútil aunque se manifestara en catalán.