Europa se apaga con su política de ajustes y recortes simultáneos en todos los países. La zona euro se descuelga del crecimiento a causa de la incapacidad de las instituciones europeas para articular una respuesta a la crisis ante los intereses en principio contrapuestos de los países del norte y los del sur, entre países con un enorme superávit de la balanza de pagos y otros con insostenibles déficits externos.

España y el resto de los países ahogados por las deudas creen que Alemania puede hacer más para sacar a Europa del marasmo. Pero los germanos no se fían de los gastizos del sur y rechazan abrir la mano del dinero para que sus ciudadanos y sus empresas gasten en España, Italia o Francia.

En medio, el euro carece de instituciones ágiles para dar una respuesta a esta contradicción. El ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, reclamaba el pasado jueves a la Comisión Europea una gestión de la crisis "más eficiente". El BCE tampoco se escapa de las críticas de muchos países, entre ellos España, por su supuesta pasividad ante la crisis.

Numerosos economistas coinciden en que sí, los países endeudados del Sur deberían introducir las reformas necesarias para mejorar su competitividad, pero también en que países como Alemania, Holanda o Austria deberían fomentar el crecimiento. Estos expertos creen que estos disparados superávits externos perjudican tanto a unos como a otros, porque si España no tiene a quién vender, Alemania también pierde el mercado del sur de Europa. De hecho, Alemania aumentó su superávit el año pasado del 6,2 al 7 por ciento del PIB, pero su economía sólo creció un 0,9 por ciento.

Sin una verdadera unión política, la salida a esta parálisis está en los líderes de los diferentes países y en su capacidad de llegar a un acuerdo que favorezca el crecimiento sin caer en los despilfarros del pasado. La alternativa, más depresión y paro. Alemania aún puede permitírselo. España, no.