Siempre me sorprende la curiosidad de escritores e intelectuales por la naturaleza del mal. Creo que esa curiosidad es solo una proyección maniquea e inconsciente del mito del demonio, personalización del mal fruto de nuestra concepción individualista. Tomemos, por ejemplo, una imagen de Hiroshima después de la bomba, como visualización del mal. Eso resulta fácil. Pero para llegar ahí se ha producido una cadena de acciones de aspecto humano y benéfico: una guerra en marcha contra un mal más horrible (razón y teología dicen que es legítima); unos científicos que investigan en bien de la humanidad; una voluntad de ahorrar muertes a través del mal menor, etcétera. Tomemos otro ejemplo, el de la devastación de especies animales y la naturaleza en general, en supuesto bien de la especie humana. Cualquier ser vivo no humano, si razonara, vería claro qué es el mal: nuestra especie.