Todo cuanto Pescanova ha aportado al mundo de la pesca y la alimentación, que ha sido muchísimo, partió de Chapela, una pequeña parroquia de Redondela, limítrofe con Vigo y perteneciente a la provincia de Pontevedra, en el perdido noroeste de España, muy cerca de uno de los confines de la Tierra. Conviene no olvidarlo porque por grave y bochornoso que sea el momento que vive ahora la compañía, Galicia ha dado muy pocas iniciativas empresariales de tanta repercusión y relevancia, que tanto hayan contribuido, además, a forjar su imagen en el mundo.

La clave de que Pescanova continúe siendo para Galicia tan relevante como lo ha sido en el último medio siglo radica en delimitar con precisión qué es lo realmente imprescindible de la compañía, cuál es su esencia, el verdadero corazón de su negocio.

La multinacional es un grupo con activos fijos -enajenables, o sea, que se pueden vender con relativa rapidez- por un valor de 1.120,1 millones de euros, según las últimas cuentas presentadas, correspondientes a 2011. Y factura 1.671 millones al año. Son magnitudes que podrían sostener, y de hecho lo venían haciendo, una deuda financiera de 1.500 millones de euros. Era la que reconocía la compañía en las cuentas del citado año. El problema es que la real está al menos en los 3.400 millones, según las primeras estimaciones que han trascendido tras su entrada en concurso de acreedores. Esto es, debe tres veces más de los activos que tiene y más del doble de lo que factura. Pescanova tiene músculo, pero sus venas están sobrecargadas de grasa. Tanta como para reventarlas.

¿Qué le ha pasado para enfermar así? El gigante infartó a consecuencia de una gigantesca ingesta de préstamos sostenida sobre el valor comercial de la marca, sus enormes expectativas de futuro y, ahora lo sabemos, un monumental engaño contable.

Pescanova crece sana y fuerte durante sus 30 primeros años de existencia. Es a mediados de los 90 cuando comienzan los problemas. Y ya entonces afloraron. Ensoberbecida por el dinero barato y el crédito amigo, asumió aventuras que la sobrepasaban. La de la integración vertical de su negocio, por ejemplo. Abordar todo el proceso productivo, desde la extracción hasta la transformación y venta. Una buena idea para la cual carecía de recursos propios suficientes.

La bola de nieve financiera creció y creció... Los bonos convertibles del pasado año se pagaban ya a un inasumible 8,75% de interés. Hasta que todo saltó por los aires. La multinacional no factura lo suficiente para hacer frente a los gastos (cash flow negativo). La desinversión de activos es irremediable. La banca acreedora, atrapada hasta las cejas, piensa en una dación en pago que le permita recuperar parte de su dinero.

Pero ¿Cuáles? ¿Qué podría trocearse sin dejar herida de muerte a Pescanova? En 2007 los ingresos por el negocio tradicional, es decir, la pesca extractiva, superaron los 1.000 millones. Por entonces ya se había embarcado en la megaplanta acuícola de Mira (Portugal) y en la compra de Acuinova en Huelva. Los cuatro años siguientes (2008, 2009, 2010 y 2011) los ingresos ascendieron a 1.020 millones, 1.119 millones, 1.158 millones y 1.205 millones, respectivamente. La evolución fue estable y creciente. Más de 5.500 millones de facturación en cinco años. La acuicultura generó, en el mismo periodo, 1.830 millones.

En 2007 los activos fijos (inversión realizada en flota, compra de granjas, fábricas...) sumaban 846,9 millones. En solo un año pasaron a 1.065 millones. ¿Con qué dinero se disparó el valor de sus activos? Con deuda. En 2009 se pasó a un nivel de activos fijos de 1.129,6 millones. ¿Cómo? Con deuda. ¿Se adquirió más flota? No. Se amplió el negocio acuícola a base de apalancamiento.

Pescanova tiene licencia en los mejores caladeros del mundo. Desgraciadamente, acaba de perder su filial de Chile, que le aportaba el 34% del pescado de la matriz. La deuda financiera y con proveedores ha tenido la culpa. Del endeudamiento, unos 80 millones corresponden a la banca y el resto a empresas como Ewos, que le proporcionaba pienso para sus salmones. Los nueve barcos de Pesca Chile y las 18 áreas de cultivo de salmón de las filiales Acuinova y Nova Austral están casi perdidos ante su venta inminente por el administrador concursal de aquel país.

Las granjas de marisco son las que más alegrías han reportado a la multinacional. En frente, la brusca caída del precio y las exportaciones de salmón y el fracaso, por las razones que sean, de plantas como la de rodaballo en Mira. ¿Tiene sentido pagar por el funcionamiento completo de una planta acuícola que opera al 20% de su capacidad, como la de Ecuador (Promarisco)? ¿Tienen sentido las enormes factorías que se levantaron en los últimos cinco años en Latinoamérica para el cultivo de pescado, en procesos productivos de muy tardíos retornos?

Las tropelías que se imputan a algunos gestores y accionistas de la compañía, especialmente a su presidente, Manuel Fernández Sousa, no solo han comprometido el futuro del grupo, sino que han escandalizado a la opinión pública. Y han tenido otro efecto perverso: el de situar sobre ellas todo el foco de atención, cuando lo verdaderamente relevante, ahora que la Justicia ha puesto ya en marcha su maquinaria, debería ser trabajar sobre las opciones de salvación de la compañía.

Pescanova está en manos del administrador concursal, la auditora Deloitte. A nadie se le escapa la enorme dificultad de gestionar una compañía de esa envergadura y complejidad societaria, máxime cuando durante los últimos 30 años ha sufrido una dirección absolutamente presidencialista y oscurantista.

El administrador, al afrontar esa ímproba tarea, puede reclamar la participación de los gestores ahora apartados de la gestión directa, pues están obligados por ley a colaborar, informar y atender sus requerimientos. Sería sensato que aquel lo hiciese y estos lo asumiesen con lealtad, salvo que unos y otros prefieran precipitar a Pescanova hacia la liquidación.

A día de hoy, no es la única solución. Aún hay margen para intentar salvarla. Pese a la enorme gravedad de la situación, no le debe nada a Hacienda, ni a los empleados, ni a los proveedores, ni a la Seguridad Social, y cuenta con activos muy valiosos. Tan valiosos, que fondos y empresas de todo el mundo ya están al acecho, deseosos de que se aboque la empresa al desguace.

La suspensión de pagos de Pescanova es tan monumental por su dimensión como atípica por su configuración, puramente financiera. Sin menoscabo del legítimo derecho de los acreedores, es decir, de los bancos, a pugnar por recuperar su dinero, faltaría más, la dimensión de Pescanova exige mayor amplitud de miras. Al menos debería tenerla la Xunta, que tanto le gusta apelar a la galleguidad y que tan de perfil parece estar ahora, y el Gobierno central. Si Pescanova entra en liquidación y se trocea, Galicia sufrirá un daño económico irreparable, de consecuencias descomunales en su tejido productivo.

Así pues, ampútese lo que haya que amputar y prescíndase de lo que se tenga que prescindir, pero manténgase vivo al paciente mientras haya perspectivas razonables de recuperación. Con independencia de que la Justicia y los demás organismos competentes resuelvan lo que tengan que resolver sobre los responsables del cataclismo, merecedores de un castigo ejemplar. En una palabra, que caiga quien tenga que caer, menos la empresa.