Los datos corresponden a la provincia con más paro de España, la andaluza Cádiz (algo más de un escandaloso 41 por ciento según las últimas estadísticas), pero valen también para el resto pues forman parte de un fenómeno general.

Las diez mayores poblaciones de esa provincia han perdido desde el comienzo de la crisis en 2008 más de 3.600 comercios minoristas mientras que en ese mismo período de tiempo ha crecido en un 266 por ciento el espacio de las grandes superficies.

Se instala un nuevo centro comercial en una zona próxima a varias localidades y la población de todas ellas se regocija pensando que va a generar trabajo, sobre todo para los jóvenes. Pero por cada puesto, cada vez peor remunerado que se crea, se destruyen decenas de pequeños comercios, incapaces de competir. Tan desiguales son las condiciones.

Es este último el panorama que uno ve diariamente en muchos centros urbanos, donde proliferan los escaparates vacíos con el cartel de "Se alquila" o "Se traspasa" y un número de teléfono. Escaparates de tiendas de todo tipo: de ropa, de música o de alimentación, zapaterías lo mismo que librerías. No hay prácticamente ningún sector, si no es el de la telefonía móvil, que escape a ese fenómeno.

Parece que últimamente la crisis está llegando, sin embargo, también a las grandes superficies, espacios donde la convivialidad propia de las plazas públicas de los centros urbanos, ha sido sustituida por un consumo exagerado y artificialmente inducido.

Centros comerciales que exigen las más de las veces el recurso al automóvil para cargar las mercancías, tanto las necesarias como las superfluas, adquiridas en cada visita. Lugares que, pese a su falta de personalidad, animan a pasar en ellos el resto de la tarde, sin nada especial que hacer fuera de comprar lo que uno muchas veces no necesita o ver alguna película trufada de efectos especiales de las que tanto abundan últimamente en el cine estadounidense.

En otros países europeos se observa un fenómeno de regreso al centro, al que comienzan a sumarse también los supermercados, que, una vez destruido buena parte del tejido comercial anterior, husmean la nueva tendencia y buscan la proximidad al ciudadano.

Las causas son diversas: en primer lugar, la crisis, que encarece los desplazamientos en automóvil particular, unida a una mayor conciencia ecológica, o el convencimiento de que es mejor consumir siempre productos de temporada y de proximidad, amenazados ambos por la globalización. También el hecho de que hayan caído de modo drástico por culpa de la crisis unos alquileres comerciales que eran antes anormalmente elevados.

Aquí, algunas asociaciones de comerciantes -los que sobreviven pese a todo-- buscan mejorar la degradada imagen de muchos centros urbanos con iniciativas artísticas como la de hacer instalaciones en los escaparates vacíos por el cierre de los correspondientes comercios.

Pero uno escucha continuamente quejas sobre el exceso de burocracia o los conflictos de competencias, que, en lugar de estimular, entorpecen muchos proyectos.

Los procesos de obtención de una simple licencia de apertura se eternizan a veces para desesperación de los solicitantes, que no entienden que se les pongan tantas pegas cuando las autoridades no paran de pregonar las virtudes del "emprendimiento".